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 Las tentaciones de la transferencia [1]

Notas sobre la transferencia y la posición del analista en la dirección de la cura [2]  
 



Leonardo Gorostiza
  
Psicoanalista  
A.M.E. de la Escuela de Orientación Lacaniana (Argentina)  
Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis  

Director del ICBA  
goro@fibertel.com.ar  

Resumen:

En este texto el autor recorre los “Artículos sobre la técnica” (1911-1915), de Sigmund Freud y destaca en el término “tentación” su hilo conductor, expone las tentaciones con las cuales un analista se encuentra en todo proceso analítico que conduce. Extrae de la letra de Freud, de sus advertencias, observaciones y rechazos relativos a las  respuestas contratransferenciales, veinte y tres tentaciones responsables por asediar al analista, que no debe ceder a ellas, sino responder a partir del deseo del analista. En la segunda parte el autor recurre a un poco de  historia del psicoanálisis, a través de los principales autores de la contratransferencia, localizando las respuestas dadas por Freud y por Lacan a estas posiciones. En la tercera y última parte, presenta un panorama general del psicoanálisis en los EUA y ubica el modo como la tentación aparece en lo contemporáneo por medio de las prácticas que contradicen la orientación lacaniana: tentación de evaporar lo real.  


 

Introducción

Como es sabido, y compartido por los practicantes del psicoanálisis, la transferencia constituye un factor imprescindible de la experiencia psicoanalítica. Estrictamente hablando, no hay psicoanálisis sin despliegue de la transferencia.

Caracterizada inicialmente por Freud como el mayor obstáculo de la cura, pronto se le reveló como su resorte más poderoso.

Por su parte, Lacan hizo de ella uno de los conceptos fundamentales del psicoanálisis subrayando así su carácter de condición ineludible: "Al comienzo del psicoanálisis está la transferencia", afirmó sin ambages.[3]

Pero también, en tanto nudo paradojal y opaco, la transferencia es fuente de numerosas "tentaciones" para el psicoanalista.

Ahora bien, antes que nada: ¿Qué quiere decir la palabra “tentación”? Indaguemos en el Sujeto supuesto Saber de nuestra lengua, es decir en el diccionario.

En primer lugar se la puede definir como la instigación que induce a hacer algo malo o el impulso repentino que excita a hacer alguna cosa. "Sugestión", "fascinación", "seducción", son algunos de sus sinónimos.

Pero lo más interesante surge de su sentido religioso. Por ejemplo, en la Biblia, la tentación es considerada como una prueba de fe del creyente. Su causante puede ser Dios mismo pero también Satanás o “el mundo”. Según Lutero, no hay fe que no tenga su tentación, pues en la cruz de Cristo, junto a la fe, está también la tentación. De allí la famosa frase "caer uno en la tentación", es decir, dejarse vencer por ella.

Además, hay dos referencias bíblicas sumamente esclarecedoras en cuanto lo que nos ocupa. La primera, en el Génesis (22, 1), en el contexto del sacrificio de Isaac, donde se dice: “... tentó Dios a Abraham”. La otra, en San Marcos (1,13), donde la referencia es al diablo: “Y estuvo allí (Jesús) en el desierto cuarenta días, y era tentado de Satanás...”

Es decir que, en ambos casos, ya se trate de Dios o del diablo, lo que emerge en el momento de la tentación es una figura de goce del Otro. Ya sea la cara oscura de Dios exigiendo a Abraham el sacrificio de su hijo, ya sea Satanás -desdoblamiento de la figura divina cargada de goce libidinal y maldad-, lo que en ambos casos se perfila es un punto de goce que indica en el Otro del saber, una inconsistencia.

Es decir que en el momento de la tentación lo que se eclipsa es la figura de Dios padre todo amor y todo bondad. En términos de Lacan, se eclipsa la figura del Sujeto supuesto Saber.

Podemos concebir entonces a las “tentaciones del analista” como diversas respuestas fallidas ante este punto paradojal cada vez que es puesta a prueba su “creencia en el inconsciente”, cada vez que el analista está ante el riesgo de olvidar que ese fenómeno epistémico y libidinal -en el que consiste la transferencia- es un resultado de la palabra, un efecto del significante.[4]

El término “tentación” -reiterado en varias oportunidades por Freud en sus trabajos sobre técnica- permite entonces ubicar el punto donde el analista será solicitado a abandonar la posición que conviene en la dirección de la cura.

Se trata de momentos que pueden llevar al incumplimiento de lo que él mismo llamó –sin retroceder ante la connotación religiosa del término- el “mandamiento” del principio de abstinencia, y que Lacan nombró como deseo del psicoanalista. Es decir, un deseo más potente que el deseo de gobernar, de educar, de amar o hacerse amar.

¿Y cuáles pueden ser esas tentaciones? Esto es lo que nos proponemos explorar en la presente comunicación.

 

Las “veinte tentaciones del analista”

Revisando los textos freudianos reunidos bajo el título “Trabajos sobre técnica psicoanalítica”[5] pueden aislarse más de… ¡Veinte tentaciones! Más de veinte tentaciones ante las cuales -de manera explícita o implícita- Freud alerta a los psicoanalistas o bien  pueden ser deducidas de sus indicaciones.

 

Primera tentación: “no hallar nunca más de lo que ya se sabe”.

Luego de enunciar el precepto de la “atención libremente flotante” y hacer una mención crítica del fijarse en un fragmento con peculiar relieve, Freud indica con claridad que en ese caso se “corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya se sabe”.[6]

Podemos decir que es un equivalente del “no comprender”, del imperativo lacaniano que alienta a escuchar todos los significantes como si estuvieran separados del significado compartido y referencial.  Porque lo que introduce la regla fundamental de la asociación libre –de la cual el precepto de la atención libremente flotante es la contrapartida-  es precisamente una pérdida del referente y del significado compartido.

El fundamento de lo que Freud aquí plantea, tiene una lógica muy precisa. Si el analista elige el material según sus expectativas, se identifica al Sujeto supuesto Saber que sabría de antemano qué es lo importante o significativo en el discurso del analizante. Mientras de lo que se trata es de dar a esa formación de semblante -el Sujeto supuesto Saber- el lugar que conviene como condición para que el analizante obtenga lo que podemos llamar “su” saber.

Hay una frase notable donde resume todo esto: “No se debe olvidar –dice Freud- que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyos significado sólo con posterioridad

(nachträglich) discernirá”.[7] Digo que es notable porque parece que Freud tomara aquí el algoritmo de Saussure -modificado por Lacan- al pie de la letra, e indicara que no sólo hay arbitrariedad en el signo, sino que hay una separación radical entre significante y significado.

 

Segunda tentación: “especular o cavilar mientras se analiza”.

Se trata de una exhortación de Freud a “dejarse sorprender”. “El éxito –afirma- se asegura mejor cuando uno procede como al azar, se deja sorprender por su virajes, abordándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas (...) en no especular ni cavilar mientras (se) analiza”...”[8]

Se deduce entonces que Freud tiene una relación al inconsciente que no es de dominio, lo cual se liga con lo que veníamos diciendo. Porque precisamente el Sujeto supuesto Saber es la ilusión de que habría un sujeto capaz de dominar todos los significantes que habría en el inconsciente concebido como un conjunto armónico o cerrado.

Por lo tanto, podemos decir que la relación de Freud al inconsciente no es de dominio, sino de “falla”, de méprise la llama Lacan[9].  Esto implica estar advertido de que hay una hiancia en el saber y que el analista no debe jamás creer que él, con su saber adquirido, puede borrar esa hiancia. Es por ello que Jacques-Alain Miller propone traducir el término francés méprise por lo que “escapa al esfuerzo de captura” ya que prise significa “captura” o “dominio” en francés.[10]

 

Tercera tentación: “analizar a partir de los afectos y de la compasión”.

Esta “tentación” se deduce de la conocida indicación freudiana de comparar la posición del analista con la del cirujano. “Tomen por modelo al cirujano –afirma- que deja de lado todos sus afectos y aun su compasión humana...”[11]

Esta indicación nos sitúa de lleno en lo que podríamos llamar –a partir de Lacan- lo impiadoso del deseo del analista.

La figura de la frialdad del cirujano referida por Freud[12] es en este sentido absolutamente congruente con la función deseo del analista que apunta a obtener la división del sujeto y la caída de sus  identificaciones fundamentales.

Esto es lo que en el discurso del analista se escribe así:

a    à    $ 

S2   //  S1

El analista como objeto a, sostenido en el saber supuesto (el S2 en el lugar de la verdad) e induciendo la división subjetiva en el analizante a fin de obtener, producir, los significantes amo, los S1, abajo a la derecha.

Se trata, desde otra perspectiva, de la “inhumanidad” de la Cosa que encarna el analista al responder al analizante con su acto y con un “siga hablando”, a distancia de la compasión piadosa que se juega en el eje imaginario de “yo” a “yo”.

Ahora bien, podríamos ubicar aquí otra tentación a modo de contrapartida de la “tentación de la compasión” o “de la piedad”. Podríamos llamarla la “tentación  sádica del analista”.

En este sentido, podemos decir que la posición del analista es “sadiana”, pero no sádica. ¿Por qué?  Porque en cierto modo, la posición del analista –según vimos se escribe en el discurso analítico- tiene una equivalencia estructural con la posición perversa. Entonces, decir que el psicoanálisis es una práctica “sadiana”  y no sádica,  implica subrayar esa afinidad discursiva y establecer una diferencia crucial. Se deduce de ello que el analista no debe gozar en esa posición al instalar la división subjetiva en el otro. Por eso Lacan no habla del “goce del analista” sino que habla del “deseo del analista”. Es decir, el deseo de obtener, de ayudar al analizante a producir sus significantes primordiales, que son los rasgos de su máxima diferencia como sujeto.

Asimismo, Lacan no deja de alertar acerca de la importancia de “dosificar la angustia”. Porque dividir al sujeto es angustiarlo.  Siempre hay una dimensión del análisis que angustia, hay siempre algo de una ligera angustia en juego cuando el otro -que en este caso es el analista- no consiente a la imagen que el analizante le ofrece para ser amado y hace emerger la figura del deseo enigmático del Otro.

Por otro lado, la indicación freudiana también nos orienta hacia lo que veremos luego y que me atrevería a llamar una de las grandes tentaciones surgidas en el movimiento analítico, la de que el analista opere a partir de sus afectos contratransferenciales, es decir, a partir de su  propia división de sujeto. Volveré mas adelante sobre este punto seguramente polémico.

 

Cuarta tentación:la ambición de convencer”.

Esta “tentación” está explícitamente indicada por Freud en el contexto anterior ya que la ubica como una actitud afectiva del analista. “Hay –dice- una tendencia afectiva peligrosísima: la ambición de obtener, con su nuevo y tan atacado instrumento, un logro convincente para los demás”.[13] Podríamos leer aquí ya una advertencia a no invertir la demanda –querer convencer lleva inevitablemente a eso- y también a estar precavidos de los riesgos de la sugestión. Pero, ¿para quién es peligrosa esta actitud? Para el analista y para la cura. Freud lo dice con claridad: de ese modo -queriendo convencer- el analista “se expone indefenso a ciertas resistencias del paciente”.[14]

¿Cómo entiendo esto? Que de alguna manera Freud anticipa aquí lo que luego denunciará como “tentación pedagógica” ya que en estas “resistencias del paciente” podemos leer la objeción que el sujeto hará al analista cuando éste quiera subsumir todo en el saber, cuando pretenda hacer pasar todo al campo del saber. Es lo propio, luego lo veremos, del discurso universitario. Pero también es compatible con los efectos que puede producir la sugestión cuando el sujeto, se rebela, se resiste a ser sugestionado. Freud no dudaba en manifestar su indignación ante Bernheim, el hipnotizador, quien solía reprochar al paciente su resistencia a ser sugestionado.[15] Desde esta perspectiva, la “tentación a convencer”  podría leerse también como una “tentación a sugestionar”.

 

Quinta tentación: “operar con el propio inconsciente”.

En este caso no se trata de una advertencia freudiana sino de una “tentación” en la que por momentos –si puedo decirlo así –  el mismo Freud tiende a caer. Efectivamente, en estas páginas introduce la conocida fórmula según la cual el analista “...debe volver hacia el inconsciente emisor del enfermo su propio inconsciente como órgano receptor, acomodarse al analizado como el auricular del teléfono se acomoda al micrófono”.[16]

Si bien la alegoría con que concluye la cita –el inconsciente del analista como una suerte de receptor vacío- puede atenuar la idea de que debería escuchar a partir de sus propias representaciones inconscientes, pienso que esta indicación freudiana  constituye un fuerte punto de apoyo para los defensores de un cierto uso de la  asociación libre contratransferencial.

Para decirlo con toda claridad: no es esa la posición de Lacan. Para él, el analista no debe estar abierto a sus propias asociaciones y ensoñaciones contratransferenciales mientras analiza, eso sería ubicarse en posición de sujeto... del inconsciente. Y si bien durante un momento de su enseñanza propuso como “paradigma” de la posición del analista a la posición socrática[17], finalmente no dudó en afirmar de manera taxativa que hay un solo sujeto en la cura: el sujeto desprendido del analizante.

 

Sexta tentación: “proyectar sobre la ciencia una percepción de sí mismo”.

En este caso se trata de una “tentación” que podríamos llamar “epistemológica”, ya que perturba la capacidad de invención e investigación del analista. Lo interesante es que Freud lo menciona como un riesgo cierto en los casos en que el practicante no experimentó en sí mismo la exploración analítica. “Con facilidad –dice- caerá en la tentación de proyectar sobre la ciencia, como una teoría de validez universal, lo que en una sorda percepción de sí mismo discierna sobre las propiedades de su persona propia...”[18]

En cierto modo, esta “tentación” es equivalente a la primera, la de encontrar lo que ya sabemos. Pero lo que aquí además se ve es cómo, para la investigación y la invención, también resulta necesaria una relación diferente con la hiancia en el saber, cosa que sólo puede llegar a alcanzarse mediante el propio análisis del analista.

 

Séptima tentación: de “la reciprocidad o simetría”.

La indicación de Freud en este punto es inequívoca, lapidaria e irónica. “Es por cierto tentador –reitera el término- para el psicoanalista joven y entusiasta poner en juego mucho de su propia individualidad (...). Uno creería de todo punto admisible, y hasta adecuado para superar las resistencias subsistentes en el enfermo, que el médico le deje ver sus propios defectos y conflictos anímicos, le posibilite ponerse en un pie de igualdad mediante unas comunicaciones sobre su vida hechas en confianza. Una confianza vale la otra, y quien pida intimidad de otro tiene que testimoniarle la suya.”[19]

Más adelante, luego de objetar esa “técnica afectiva” y remitir su influjo a la sugestión, no duda en concluir que dicha técnica “... por regla general fracasa ante la avidez despertada del enfermo, a quien  gustaría invertir la relación porque encuentra el análisis del médico más interesante que el suyo propio.”[20]

Si con esta advertencia Freud por un lado se anticipa a la modificación técnica que Ferenczi habría de proponer luego bajo el nombre  de “análisis mutuo”, por otro, indirectamente “advierte” algo que a mi entender guarda toda su actualidad: una “tentación” fundada en una lógica implacable. Es lo que ocurre cuando el analista responde con su propia falta de sujeto a lo que percibe como la impostura inherente a la ficción del Sujeto supuesto Saber.  

Por ejemplo, me refiero a las elaboraciones surgidas en cierto sector del psicoanálisis norteamericano de la IPA, es decir, a lo que hoy en día se conoce con el nombre de “intersubjetivismo californiano”. Uno de sus principales exponentes es Owen Renik, psicoanalista de California, quien –a mi entender- plantea una concepción de la cura cercana al “análisis mutuo” de Ferenczi. Volveré más adelante sobre este punto.

Dije antes que esta “tentación” se funda en una lógica implacable. ¿Cuál es? Que hay una tendencia, en el analista, a deslizarse a la posición de sujeto y borrar así la dimensión esencialmente  “asimétrica” de la transferencia. Así la caracteriza Freud. Por su parte, Lacan profundiza esta perspectiva y habla –en su Seminario La transferencia- no sólo de la “asimetría” sino de su radical “disparidad”.[21]

 

Octava tentación: “la tentación pedagógica”.

“Otra tentación –dice Freud- surge de la actividad pedagógica...”[22]

Esta tentación sobre la que él advirtió tantas veces, es lo que Lacan remitió más tarde al discurso universitario. Se escribe así:

S2   à    a

S1   //  $

El analista, que de este modo apunta a “educar” al paciente, se ubica arriba a la izquierda confundiendo su posición con el saber (no saberlo todo sino encarnar un “todo saber”). Pero se vislumbra que está soportado por el amo, el S1 que está en el lugar de la verdad (abajo a la izquierda), y que da la verdad de ese discurso. Por eso Lacan habla de “el principio autoritario de los educadores de siempre”[23]. El supuesto sobre el que se funda esta tentación es el analista como un Otro consistente que se propone educar la pulsión –es lo que indica el objeto a, como plus de goce- que, en esta lógica, es el lugar donde va a quedar situado el analizante. Esta “tentación” también formó parte de lo que Lacan concibió como uno de los mayores desvíos del psicoanálisis posfreudiano y que fue conocido con el nombre de reeducación emocional del paciente.

 

Novena tentación: “la tentación terapéutica”.

Es notable la prudencia de Freud al respecto. “Como médico –señala- es preciso ser sobre todo tolerante con las debilidades del enfermo, darse por contento si (...) ha recuperado un poco de la capacidad de producir y de gozar. La ambición pedagógica es tan inadecuada como la terapéutica.”[24]

Vemos así cómo esta tentación, el furor sanandis, corresponde también al discurso universitario: empeñarse excesivamente en la sublimación de las pulsiones según un supuesto modelo de normalidad. Lo interesante es que Freud dice allí, como al pasar, que finalmente no es conveniente que todo pueda ser sublimado, que hay un resto de satisfacción pulsional -de goce- que hay que respetar.

 

Décima tentación: “buscar la colaboración intelectual del analizado”.

Consiste en querer convencer al paciente mediante la lectura de textos psicoanalíticos.

Para Freud sólo hay que apostar y empeñar al paciente en la aplicación de la regla fundamental.[25] En cierto modo, se subsume en la “cuarta tentación”, la tentación de querer convencer.

 

Undécima tentación: “convencer a los parientes”.

“Quisiera advertir con la mayor insistencia –dice Freud- que no debe buscarse la aquiescencia o el apoyo de padres y parientes dándoles a leer alguna obra de nuestra bibliografía”.[26] Es una variación de la anterior y  también se subsume en la “cuarta tentación”.

 

Duodécima tentación: la de “ser eternamente amado/a por el paciente”.

Pienso que se puede deducir de la siguiente afirmación de Freud: “En mis primeros años de actividad psicoanalítica mi mayor dificultad era mover a los enfermos a perseverar; esta dificultad se me ha desplazado hace mucho tiempo: ahora tengo que empeñarme, angustiosamente, a cesar.”[27]

Es la tentación que propicia la infinitización de los análisis con el goce que eso implica. Es decir, el dispositivo transformado en un modo de gozar mutuo.

Pero cuando llamo a esto la “tentación  de ser eternamente amado o amada” es a la posición del analista a la que especialmente me refiero.

Podríamos localizarla, por ejemplo, en las mujeres analistas cando hacen de la Dama del amor cortés.[28] Como obviamente está prohibido el contacto físico, la analista puede deslizarse hacia el lugar de la gran Dama a quién el enamorado, el analizante, dirige continuamente sus cartas de amor. En cierto modo, el análisis tiene algo de eso: el analizante se dirige a un objeto imposible y en eso, con sus asociaciones, con sus formaciones del inconsciente puestas en transferencia,  escribe –a su manera– “cartas de amor”. El problema surge si el analista queda identificado, si cree efectivamente ser la Dama del amor cortés, que no es sino una forma de identificación imaginaria, una identificación que difícilmente permita que el analista se vuelva residuo de la operación analítica.

¿Y cuál sería el equivalente en los analistas varones? Es la tentación de ser el falo maravilloso y eternamente amado por su madre. Como el falo imaginario es también un objeto –aunque no un objeto de desecho-, eso propicia una cierta relación entre la posición del analista como objeto y el falo. Pero quedarse en la posición de falo del analizante y ser eternamente amado por él sería algo así como volverse el hijo falo que vendría a completar la división subjetiva del analizante “madre”. De ello se deduce que es fundamental -para quien decida practicar el psicoanálisis- conmover la posición de creer ser el falo o la Dama y poder convertirse así en el residuo de la operación analítica.

Pero de esta tentación, que puede llevar a la eternización de los análisis, también podríamos deducir una tentación inversa...

 

Decimotercera tentación: “precipitar la abreviación de la cura”.

Puede corresponder al analista que tiende a  auto destituirse precipitadamente de la investidura del Sujeto supuesto Saber.

Es algo que suele manifestarse al inicio de la práctica cuando resulta más problemático para el analista soportar el hacer semblante de saber. Porque el analista hace semblante de saber. Lo que no debe ocurrir es que se identifique a él, es decir, que olvide que se trata sólo de un semblante y “caiga en la tentación” de recubrir con saber ese  punto opaco y paradojal donde habrá de producirse el despuntar de la vertiente pulsional de la transferencia. Dicho de otro modo, el punto donde –más allá de la vertiente epistémica del Sujeto supuesto Saber- la transferencia habrá de manifestarse como “puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente”.

Podemos entonces entender la tentación a la auto destitución de hacer semblante de saber, como la contrapartida de la infatuación que consiste –precisamente- en identificarse al Sujeto supuesto Saber. Podemos entenderla como una consecuencia de percibir –como señalé antes- que en esta dimensión transferencial hay algo de una “impostura”. Porque,  ¿cómo voy a saber de la singularidad de este sujeto si por mi posición como analista estoy reducido a un significante cualquiera que no puede saber nada de los significantes particulares del inconsciente del analizante?[29]

Es una tentación afín al sujeto histérico que percibe lo que hay de semblante en la atribución de saber que efectúa el analizante. En este sentido, hay un  parentesco con la corriente “intersubjetivista” antes mencionada y con las feroces críticas de Ferenczi a lo que él llamaba “la superioridad infundada del psicoanalista”.

 

Décimo cuarta tentación: “hacer de filántropo desinteresado”.

Se desprende de la indicación de Freud acerca del cobro de honorarios por el analista. “Opino –dice- que es más digno y está sujeto a menos reparos éticos confesarse uno mismo sus pretensiones y necesidades reales, y no, (...) hacer el papel de filántropo desinteresado...”[30]

Me parece que –más allá de las múltiples consideraciones que podrían hacerse con respecto al tema del dinero y los tratamientos gratuitos en las instituciones- podemos conjeturar que en lo que se sostiene esta posición de “filántropo desinteresado” es en la identificación a una supuesta madre o padre bondadoso desprovisto de deseo y de goce, y que fundamentalmente tendría lo que al otro le falta. Se trata, en el fondo, de sostener la figura de un  Otro consistente que no necesita nada. Porque el filántropo es el que “tiene”, y el que está en posición de falta –“menesteroso de amor”, como dice Freud, “castrado”, como dice Lacan- es el analizante quien, en tanto sujeto tachado, $, precisamente, “no tiene”.

 

Decimoquinta tentación: “abandonarse a los pensamientos inconscientes”.

Es la diferencia que ya situamos entre Freud y Lacan. “Mientras escucho –afirma Freud-, yo mismo me abandono al decurso de mis pensamientos inconscientes...”[31]

Como dijimos, a propósito de la “quinta tentación”, esta actitud lleva al analista a una posición de sujeto. Es la clásicamente llamada “asociación libre contratransferencial”. Lo que ocurre es que Freud tiene aquí la idea de que hay una comunicación de inconsciente a inconsciente, pero contando con un inconsciente “purificado” del lado del analista. Mientras que desde la perspectiva de Lacan se trataría -más allá del inconsciente- de un analista que ha elaborado y está advertido del goce que está en juego en su propio fantasma.

Pero en Freud, sin embargo, existe esta idea de una comunicación de inconsciente a inconsciente, que es lo que abonó la teoría de la contratransferencia. Pero no la teoría de la comunicación contratransferencial que sostiene que si siento algo, si experimento un afecto, es debido al paciente y entonces puedo comunicárselo, sino la teoría de que si me abandono al decurso de mis propios pensamientos, lo que a mi se me va a ocurrir va a tener que ver con el analizante y a partir de allí podré interpretar.

Lacan proscribe esto. Para Lacan eso es el analista como sujeto y no el que conduce la cura. Si el analista está como sujeto se trata de un lapsus del acto analítico. Por eso, en sus Seminarios de la “La lógica del fantasma” y de “El acto analítico”, Lacan plantea que el analista está –en el acto analítico- en posición de “yo no pienso”, de “yo no pienso los pensamientos inconscientes”, lo cual lo lleva a establecer una oposición entre inconsciente y acto analítico.

 

Decimosexta tentación:la tentación exhibicionista-voyeurista”.

Es la que se deduce de las consideraciones de Freud sobre el uso del diván. Podríamos pensar aquí cómo puede perturbar la indicación por parte del analista del uso del diván cuando “la pulsión de ver (el voyeurismo) desempeña un papel significativo en su neurosis”.[32]

 

Decimoséptima tentación: la tentación de “responder a la demanda del analizante acerca de qué tiene que hablar”.

Se refiere a la aplicación de la regla fundamental. Freud es inflexible en este punto. “No se debe ceder –dice-, ni esta primera vez ni las ulteriores, a su ruego (del paciente) de que se les indique aquello sobre lo cual deben hablar”. [33]

Lo que está en juego en esta fuerte indicación freudiana es cómo generar las condiciones para la instalación del Sujeto supuesto Saber –“diga lo que diga eso tendrá sentido”- y no ceder a la tentación de creer que uno puede saber de antemano qué es lo significativo en el discurso del analizante. Por eso se vincula con la “primer tentación”.

 

Decimoctava tentación: la tentación de “arrojar a la cara el saber”.

Hay que “condenar el procedimiento –dice Freud- que querría comunicar al paciente las traducciones de sus síntomas tan pronto como uno mismo las coligió, o aún vería un triunfo particular en arrojarle a la cara esas “soluciones” en la primera entrevista.”[34]

Se muestra nuevamente aquí la tentación de la identificación del analista con el saber, es decir, el riesgo del deslizamiento al discurso universitario.

Es muy interesante que en este contexto Freud comente un ejemplo clínico en el cual “...la enferma exteriorizaba una violentísima resistencia a un saber que le era impuesto.”[35] Muestra muy bien cómo, al poder del saber en el discurso universitario va a responder la resistencia del sujeto, que es lo que ese discurso escribe abajo a la derecha como producto.

S2   à    a

S1   //  $

 

Decimonovena tentación: la tentación “contratransferencial”.

Freud percibió con claridad la dificultad técnica que supone el manejo de la transferencia, y en este sentido su posición crítica con respecto a la contratransferencia fue inamovible. No es sino la transferencia recíproca del analista sobre su paciente. Se trata siempre de que el médico esté prevenido “... de una contratransferencia acaso aprontada en él. Tiene que discernir que el enamoramiento  de la paciente le ha sido impuesto por la situación analítica y no se puede atribuir, digamos, a las excelencias de su persona...”[36]

En este contexto, también califica de “técnica disparatada” la de ciertos médicos que exhortan a sus pacientes a enamorarse ellos para favorecer la aparición de la transferencia amorosa.[37]

Lo que ocurre es que la preocupación de Freud se funda en que el enamoramiento erótico transferencial implica –en tanto una de las “pasiones del ser”, como dice Lacan- un rechazo a saber. “Es bien sabido –concluye-: contra las pasiones de poco valen unos sublimes discursos”.[38] Y es precisamente de esta afirmación que podemos deducir la vigésima tentación.

 

Vigésima tentación: obligar a “la sofocación de la transferencia”.

Para Freud semejante actitud reposa en la moral universal del amo.[39]

Para él la respuesta analítica es otra. “Exhortar a la paciente, tan pronto como ella ha confesado su transferencia de amor, a sofocar lo pulsional, a la renuncia y a la sublimación, no sería para mí un obrar analítico, sino un obrar sin sentido. Sería lo mismo que hacer subir un espíritu del mundo subterráneo, con ingenioso conjuros, para enviarlo de nuevo ahí abajo sin inquirirle nada. Uno habría llamado a lo reprimido a la conciencia sólo para reprimirlo de nuevo, presa del terror.”[40]

Pero tampoco acepta Freud una respuesta intermedia que es lo que nos daría una nueva tentación...

 

Vigésimo primera tentación:afirmar corresponder los sentimientos evitando los quehaceres corporales”.

Luego de criticar este procedimiento que “pone en juego la autoridad” del analista y que está lleno de peligros ya que “uno no se gobierna tan bien que de pronto no pueda llegar más lejos de lo que se había propuesto”[41], Freud introduce la respuesta que sí es analítica: enuncia el principio de abstinencia. Y a continuación aclara que no se refiere sólo a la privación corporal o a todo lo que el paciente puede apetecer ya que esto último sería impracticable. A lo que se refiere y eleva a la dignidad de un principio de la práctica es a que “hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionales del trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados.”[42]

Es decir, que siempre hay que mantener un estado de insatisfacción evitando aportar satisfacciones sustitutivas. ¿Cuál es el fundamento de esta indicación? Que el objeto, el que hubiera sido el objeto adecuado, está perdido desde siempre o, mejor dicho, que nunca hubo ese buen objeto complemento del sujeto. Por lo tanto, todo lo que hay son sustituciones. Dicho de oro modo, siempre hay “falsas conexiones”.[43]

¿Y de qué se trata entonces? De que el sujeto por medio del análisis pueda llegar a saber qué tipo de sustituciones fundamentales él eligió para remediar esa carencia constitutiva. Para eso es necesario este estado de privación en la cura.

A mi entender, de este modo Freud introduce una suerte de imposible, de puesta en acto de la no relación sexual, de la no correspondencia amorosa sexual, y es por eso que podemos decir que el principio de abstinencia es el antecedente freudiano del “deseo del analista” en Lacan.

¿Por qué lo digo? Porque al ser un deseo más fuerte que el deseo de amar o ser amado, de gobernar o de educar, el deseo del analista precisamente es lo que objeta las satisfacciones sustitutivas. Por eso entiendo que Freud sea tan lapidario con respecto a la contratransferencia cuando en este contexto afirma que “...no es lícito desmentir la indiferencia que mediante el sofrenamiento de la contratransferencia, uno ha adquirido”.[44]

Lo que de algún modo se desliza como trasfondo es la cuestión de la neutralidad analítica. Neutralidad que puede confundirse con la identificación del analista con el Padre muerto y que Lacan va a cuestionar cuando hable, por ejemplo, de “la vacilación calculada de la neutralidad” como una maniobra posible y eficaz con la histeria.[45]

Sin embargo, no hay que olvidar que Lacan dice “calculada”, es decir, sugiere una maniobra que no constituye ningún consejo técnico y que debe inscribirse sobre el fondo del principio de abstinencia que sigue siendo un principio de nuestra practica. Es decir, se trata de una maniobra táctica subordinada a una política de la cura que se espera esté orientada por el deseo del analista.

De lo dicho anteriormente se deduce claramente la...

 

Vigésimo segunda tentación: “la correspondencia amorosa”.

“Si su cortejo de amor –dice- fuera correspondido, sería un gran triunfo para la paciente y una total derrota para la cura”, ya que “...la relación de amor pone término a la posibilidad de influir mediante el tratamiento analítico; una combinación de ambos es una quimera”. Y finalmente concluye: “Uno debe guardarse de desviar la transferencia amorosa, de ahuyentarla o de disgustar de ella a la paciente; y con igual firmeza uno se abstendrá de corresponderle. (...) Cuanto más impresione uno mismo que está a salvo de toda tentación, más extraerá de la situación su sustancia analítica.”[46]

En términos de Lacan, cuando analiza El banquete de Platón, podemos traducir estos párrafos diciendo que caer en la tentación de la correspondencia amorosa sería aceptar que se produzca la metáfora del amor. Es decir, que el eromenós, el amado, se vuelva erastés, el amante. Lo que Lacan rescata de la posición de Sócrates para pensar la posición del analista es que Sócrates rechaza producir esa metáfora ante el cortejo a que lo somete Alcibíades, rechaza corresponderle amorosamente ya que él sabe que hay una disparidad fundamental en el amor.

Podríamos aquí ubicar una última tentación que no es sino una variedad de la anterior y que propondría llamar así…

 

Vigésimo tercera tentación: “caer en las redes del agalma histérico.”

Se deduce de una sutil indicación de Freud cuando dice que “No son las groseras apetencias sexuales de la paciente las que crean la tentación; ellas provocan más bien rechazo... Son quizás las mociones de deseo más finas, y de meta inhibida, de la mujer las que conllevan el peligro de hacer olvidar la técnica y la misión médica a cambio de una hermosa vivencia.”[47]

De alguna manera Freud advierte así de la trampa que suele tender la histérica: hacer con el vacío, con su vacío de sujeto, un objeto precioso: su agalma. Esto de algún modo se liga a la dificultad que representa para la entrada en el dispositivo analítico conseguir que la histérica ceda ese objeto precioso que suele conservar con una fineza y una tenacidad  muchas veces asombrosa.

 

Refutación de la intersubjetividad

Como hemos anticipado existe la tentación de velar el punto de inconsistencia del Otro  que la transferencia revela, cubriéndolo con la falta misma del analista como sujeto.

Esto tiene un nombre en la historia del psicoanálisis, el uso de la contratransferencia, y una fecha precisa de aparición: los años cincuenta, a partir de los desarrollos de Paula Heymann y Heinrich Racker. Su antecedente fueron las teorizaciones de Sandor Ferenczi, especialmente su propuesta del “análisis mutuo”, a lo que Freud se opuso firmemente. Freud jamás se apartó de concebir a la contratransferencia o, mejor, a la “transferencia recíproca”, como índice de una vacilación de la posición del analista. Tampoco dudó en reconducir al analista al control o a su propio análisis para resolver sus puntos ciegos.

Es ampliamente sabido que abordó el tema en su discurso inaugural al Segundo Congreso Internacional de Psicoanálisis, el 30 de marzo de 1910, donde hizo una reseña general de la situación del psicoanálisis en aquellos tiempos. Su alocución, conocida más tarde con el título de "Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica", describía -con optimismo- tres fuentes desde donde podría llegar un incremento de las posibilidades terapéuticas del psicoanálisis. Entre dichas fuentes situaba el "progreso interno" debido a "innovaciones en el campo de la técnica" y dedicaba una  especial atención a lo que entonces llamó la “contratransferencia".[48]

Su posición al respecto era inequívoca: "Nos hemos visto llevados a prestar atención a la "contratransferencia" que se instala en el médico por el influjo que el paciente ejerce sobre su sentir inconsciente, y no estamos lejos de exigirle que la discierna dentro de sí y la domine. Desde que un número mayor de personas ejercen el psicoanálisis e intercambian sus experiencias, hemos notado que cada psicoanalista sólo llega hasta donde se lo permiten sus propios complejos y resistencias interiores, y por eso exigimos que inicie su actividad con un autoanálisis y lo profundice de manera ininterrumpida a medida que hace sus experiencias en los enfermos. Quien no consiga nada con ese autoanálisis -concluía- puede considerar que carece de la aptitud para analizar enfermos".[49]

Ahora bien, como ya anticipé, la reivindicación de la subjetividad del analista para orientar la cura, presente en la promoción del uso de la contratransferencia, es algo actualmente revalorizado por la llamada corriente “intersubjetivista”.

¿Pero por qué, desde nuestra perspectiva, esto comporta una “tentación”? Porque implica rebajar la disparidad subjetiva de la estructura transferencial (que es cuatripartita) a una dualidad de individuos, haciendo de la contratransferencia la brújula de la cura.

Es precisamente esto lo que hizo que Lacan finalmente se opusiera a la noción de intersubjetividad: la decisión de no escamotear la dimensión del deseo del Otro -como índice de lo real- en la experiencia analítica.

Así, este esfuerzo por sostener la dimensión del deseo del Otro es lo que lo llevó  a indagar (desde una perspectiva diferente a la de Ferenczi o Margaret Little) los límites de la neutralidad analítica, pero también a objetar la noción de “intersubjetividad” por él mismo promovida durante los primeros años de su enseñanza. 

Efectivamente, las primeras intervenciones de Lacan apuntaron no sólo a cuestionar las doctrinas de la Egopsychology imperantes en la época sino también a las agrupadas bajo la fórmula de “la relación de objeto” que tendían a elaborar una concepción de la experiencia analítica como “relación interhumana”.

Para él, estas vías conducían a callejones sin salida al reducir la experiencia a una dualidad, a una interacción imaginaria entre analizado y analista.

Como es sabido, la operación de Lacan consistió primero –vía retorno a los fundamentos freudianos de la experiencia– en privilegiar la terceridad simbólica como condición del advenimiento de una verdadera experiencia “intersubjetiva” más allá del eje imaginario del yo y sus objetos.

En ese momento, la lógica de su argumentación lo llevaba a situar la transferencia y la contratransferencia como obstáculos inherentes al estancamiento de la dialéctica de la cura en la inercia del eje imaginario. Ninguna virtud instrumental podía entonces ser deducida de ella. Aún más, la contratransferencia quedaba ubicada de este modo en oposición a la intersubjetividad simbólica, eje de la acción analítica.

Sin embargo, en los seminarios de aquella época y en los escritos correspondientes, puede situarse ya cierta dificultad en su uso del término “intersubjetividad”. Se puede leer con claridad cómo se veía obligado a diferenciar una “intersubjetividad verdadera” (simbólica) de una “intersubjetividad puramente dual” (imaginaria) a la que la reducían los partidarios de “la relación de objeto”.[50]

Esta ambigüedad se resuelve cuando Lacan comienza a desarrollar una caracterización del Otro como lugar no sólo de la palabra sino del significante, y a afinar la concepción del sujeto como un puro efecto -como pura variable- de la articulación significante. La delimitación clara con respecto a toda idea “vivencial” de subjetividad introdujo así un cuestionamiento profundo de la noción misma de intersubjetividad.

Finalmente, al incluir la dimensión de alteridad radical que implica el deseo del Otro en la dialéctica del deseo y en la estructuración subjetiva, Lacan no dudó en auto cuestionarse y refutar el uso de la noción de “intersubjetividad” para pensar la transferencia y sus fenómenos.

Como ya lo anticipé, lo dice claramente al inicio de su Seminario sobre La Transferencia. Habla allí de la “disparidad subjetiva”, término con el que destaca que la transferencia “va más allá de la simple noción de disimetría entre los sujetos”. Cuestiona así “la idea de que la intersubjetividad pueda proporcionar por sí sola el marco donde se inscribe el fenómeno”.[51]

Más adelante, en 1967, en la “Proposición del 9 de octubre...” – reconociendo que él mismo había promovido el uso de ese término – reitera, ahora de manera decidida, que “... la transferencia por sí sola es una objeción a la intersubjetividad.” Más aún, “... la refuta, es su escollo.”[52]

¿Qué quiere decir Lacan con esto? Que la transferencia no puede concebirse como soportada en el reconocimiento mutuo entre dos sujetos sino que implica una estructura más compleja (cuatripartita) donde hay al menos dos significantes, un solo sujeto (el sujeto efecto del significante desprendido del analizante) y un objeto (el resto libidinal no reabsorbido por el significante) causa del deseo. De este modo, el único sujeto en la experiencia analítica será el analizante, mientras que el analista ocupará el lugar de ese objeto agalmático del deseo y su misión será operar en la transferencia de manera que se le revele al analizante su lazo original con el deseo del Otro y la pulsión. Aquí se vuelve decisiva la función “deseo del psicoanalista” que constituye la respuesta de Lacan a la noción de contratransferencia. Esto último se aclara si consideramos que el deseo del analista se opone a las identificaciones que sirven de fundamento a toda concepción de contratransferencia o empatía.[53]

Así, la función “deseo del analista” es lo que abre una vía que objeta todo tipo de identificación del analista a las imagos o significantes del analizante y hace posible que el analista encarne la enigmática presencia del objeto a en su heterogeneidad más radical.

Por lo tanto, una vez situada la disparidad subjetiva que funda la transferencia, donde la posición de los dos sujetos en presencia no es de ningún modo equivalente, se puede afirmar que para la orientación lacaniana no sólo no hay un uso posible de la contratransferencia sino que la verdadera cuestión a plantearse es la de la participación del analista en la transferencia misma.[54]

Resumiendo, si tempranamente Lacan objetó la idea del uso de la contratransferencia  refiriéndola al eje imaginario, más tarde, la consideración del lugar del deseo del Otro en la experiencia transferencial, de la pulsión y su lazo con lo real, lo condujo a refutar la noción de intersubjetividad. Se puede incluso afirmar que los conceptos de pulsión y goce son en sí mismos una objeción a dicha noción.

De este modo, contratransferencia e intersubjetividad se revelan más bien obstáculos que medios para la posición de un analista que se quiera orientado por lo real. Esto es lo que algunos recientes desarrollos en el psicoanálisis norteamericano parecen indicar.

 

La tentación de evaporar lo real

En un texto relativamente reciente, Robert Michels, psicoanalista de la American Psychoanalytical Association, traza un panorama actual del psicoanálisis en los USA.[55]

Allí caracteriza la época como marcada por una toma de consciencia cada vez mayor de los límites de la neutralidad, de lo peligroso que puede resultar para las relaciones un rigor excesivo de la abstinencia y del anonimato del analista. También subraya que esto ha conducido a una evolución del método analítico que si bien contempla, como siempre, el estudio de la vida mental del analizante, pone ahora el acento en las “relaciones” favoreciendo un estudio del analista y de las relaciones analíticas. Se habla así del “rol activo del analista”, de la “co-construcción de la transferencia” y del “valor clínico del fenómeno de contratransferencia”.[56]

En la misma publicación, otros autores estadounidenses parecen confirmar este diagnóstico.

En un texto titulado “Trabajar en las fronteras del sueño”, Thomas Ogden, psicoanalista de California, desarrolla una concepción del proceso analítico basada en la idea de que además del analista y el analizante, hay un “sujeto tercero del análisis” que llama “el tercero analítico intersubjetivo o simplemente el tercero analítico”. Afirma: “El sujeto tercero (intersubjetivo) del análisis se sitúa en una tensión dialéctica con el analista y el analizante en tanto que individuos separados teniendo sus subjetividades propias. Analista y analizante participan cada uno en la construcción intersubjetiva inconsciente (el tercero analítico) pero de manera asimétrica.”[57]

Ahora bien, esta concepción –que seguramente, aunque no sea citado, debe mucho a las primeras formulaciones de Lacan– desemboca en tres indicaciones de alcance técnico: 1) que tanto el analizante como el analista deben dejarse llevar por la deriva de sus ideaciones (“ensoñaciones”); 2) que el tercero analítico emerge por el sesgo de una comprensión e interpretación precisas  y empáticas de la transferencia / contratransferencia; 3) que la identificación proyectiva es un mecanismo central en la construcción del tercero analítico intersubjetivo.

Por su parte, Owen Renik, también californiano, retoma consideraciones realizadas con anterioridad. En su texto “Finalidades clínicas y terreno común en psicoanálisis” reitera su propuesta de centrar el objetivo del análisis en función del beneficio terapéutico tal como el paciente lo vive y para ello establecer desde el inicio del tratamiento una relación analítica bajo el modo de la “colaboración”.[58] Una indicación técnica central surge del examen crítico de lo que llama  el “anonimato clínico” del analista, es decir, su neutralidad: se trata del valor del “autodevelamiento” (self-disclosure) del analista.

Es en un texto anterior, de 1995, donde Renik explicita el fundamento de este “autodevelamiento”.[59] Para Renik, la neutralidad analítica no sólo es imposible sino que tiende a generar en el paciente una idealización del analista “anónimo”. Ejerciendo una fuerte crítica de las que llama “corrientes dominantes de la Egopsychology”, recomienda entonces una actitud más “humana” de parte del analista y aboga por la introducción de la “subjetividad del analista” desde el inicio en la cura.

“Ese semblante de anonimato –dice- es un manto con el cual el analista se reviste mientras se lo describe como un observador objetivo y autorizado, capaz de ir más allá de su subjetividad en la situación de la cura. Su convicción de ser capaz de objetividad (...) constituye una potente auto-idealización a la cual el paciente es invitado”.[60]

Efectivamente, Renik objeta la infatuación del analista cuando éste se identifica al Sujeto supuesto Saber –fórmula explícitamente citada en el texto– pero lejos de seguirlo a Lacan en la lógica que llevaría a la destitución subjetiva, se desliza imaginariamente hacia lo que llama una “ética sincera”.[61]

Es en relación con esta supuesta ética que el “autodevelamiento” del analista tiene un lugar central. ¿En qué consiste? En que el analista debe ser explícito, lo más claro posible, debe evitar todo tipo de ambigüedad y debe cuidar de no suscitar enigmas en el paciente ya que eso lo consolida en el lugar de una esfinge.[62] En una palabra, debe luchar contra toda idealización suya por parte del paciente.

Esta orientación que, como señala Eric Laurent, concuerda con el espíritu de la época (es democrática, conversacional y pragmática)[63], determina una situación que Renik define como “simetría epistemológica completa” donde “el analista y el analizante son igualmente subjetivos, y ambos responsables del autodevelamiento completo de sus pensamientos.”[64]

No resulta extraño entonces, que el autor deba anticiparse al fantasma de Ferenczi aclarando que “simetría no es identidad” y que los pensamientos del analista y del analizante están diversamente organizados ya que cumplen funciones diferentes en la cura: el autodevelamiento para el paciente resulta de un esfuerzo de libre asociación mientras que en el analista es deliberadamente selectivo.

Sin embargo, luego no duda en afirmar que “... la experiencia del análisis mutuo de Ferenczi, frecuentemente criticada (...), terminó mal no porque el autodevelamiento de Ferenczi fuera excesivo (sic), sino porque estaba orientado hacia una finalidad errónea. Él trató de hacer el análisis simultáneo de dos individuos en una sola cura – un esfuerzo demasiado ambicioso destinado al fracaso”.[65]

¿Pero qué es lo que se produce mediante esta promoción de la intersubjetividad analítica concebida sobre la base de una sincera “colaboración y negociación (sic) recíproca entre pares?”[66] Es lo que se deduce del recorrido que hemos hecho y que Jacques-Alain Miller formula simplemente así: un “neolacanismo” imaginarizado que apunta a barrar al Otro pero que al hacer del analista un sujeto del inconsciente no sólo vela sino que realiza una sistemática “ablación” del deseo del Otro. Se trata de la reducción del psicoanálisis a la práctica de una ficción intersubjetiva sin real.[67] [68]

En una época como la que vivimos, donde todo parece volverse negociable y donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”[69], no resulta sorprendente que en el seno del psicoanálisis surjan retoños acordes al discurso capitalista. Y digo discurso capitalista en el sentido estricto del término, tal como Lacan propuso en una oportunidad -en 1972- su escritura.[70] Pero lo que conviene retener es que ese discurso opera un rechazo del real analítico, de ese real traumático constitutivo de la especie humana, de ese vacío estructural que indicamos diciendo “no hay relación (proporción) sexual”, es decir, un rechazo del punto de imposibilidad en la estructura.

No me parece entonces aventurado sostener que puede demostrarse una misma lógica discursiva operando en diversas manifestaciones, tanto dentro como fuera del ámbito psicoanalítico. Mencionaré -a modo de ejemplo- al menos cuatro propuestas que pueden reconducirse a dicha lógica.

Por ejemplo, podemos ubicar entre ellas a la ocasionalmente llamada “terapia del olvido”. Me refiero a una noticia publicada el año pasado con el título “Quieren crear una píldora para borrar los recuerdos dolorosos”. Allí, tras mencionar que una película había tratado el tema recientemente –“Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”- se informa que en los USA y en Francia se iniciaron una serie de investigaciones con voluntarios con la finalidad de modificar o borrar los recuerdos de situaciones traumáticas mediante la administración de una droga, el propranolol. Este tratamiento lleva como nombre “olvido terapéutico”, y es exactamente el reverso de la operación freudiana que apunta a recordar para poder “olvidar”. Si bien parece remota y débil la eficacia e implementación de este proyecto, lo que me interesa destacar es la operación que está en juego. Se trata de un intento de borrar  las marcas de lo real y eliminar, por lo tanto, las respuestas subjetivas que emergen ante el encuentro con ese real. Dicho de otro modo, hay una lógica que apunta a eliminar el campo propio de la intervención analítica, ya que uno de los nombres de lo real en Freud es, precisamente, el trauma  (el encuentro con lo que no tiene nombre) y allí es fundamental calibrar la respuesta subjetiva a dicho encuentro. Dicho con más precisión, el sujeto mismo que se constituye como respuesta de lo real, es el ámbito ético de la intervención analítica y, a su vez, el fundamento de la transferencia.

En segundo lugar, podríamos ubicar en esta serie a la ocasional agitación en los medios de comunicación del fantasma del abuso de transferencia y la promoción de una relación más igualitaria, menos asimétrica, entre paciente y analista. Dicho de otro modo, defender los derechos de consumidor del paciente –supuestamente vulnerable- mediante una vigilancia médico jurídica.

En tercer lugar, la promoción de un ideal de “transparencia” -del cual daría cuenta el “contrato explícito” al inicio de la cura- que anima a la propuesta “igualitaria” del intersubjetivismo californiano.

Por último, las diversas propuestas de las Terapias Cognitivo Conductuales, que explícitamente abogan por evitar e impedir el desarrollo de la transferencia.

Lo problemático es que en este contexto la exaltación de valores tales como la “verdad”, la “sinceridad”, la “humanidad”, la “igualdad”, valores dignos en sí mismos, corren el riesgo de no cumplir para el psicoanálisis otra función que la de desviar y amortiguar lo que late en el centro de la condición del sujeto: la inhumanidad de la Cosa. Ese “factor perturbador” imposible de ser totalmente reabsorbido y sobre el que Freud alertó en “El malestar en la cultura”.

Inhumanidad de lo real que se sitúa no en lo “pre-verbal”, lo “no verbal” o lo “extra verbal”, sino en una relación de imposibilidad en el interior[71] del sistema significante que determina al sujeto, al cual jamás ninguna “vivencia de encuentro o sentimientos compartidos”[72] podría darle acceso.

Entiendo entonces que las actuales propuestas del “psicoanálisis intersubjetivo”, que remedan una mueca tardía del auténtico gesto inaugural de Ferenczi, así como las terapias cognitivo conductuales, invitan hoy -desde diversos ángulos- a un borramiento de lo real.

Ante esto, la garantía que el psicoanálisis puede y debe ofrecer no es que seremos sinceros y democráticos, ni que negociaremos los términos del contrato de manera abierta y recíproca, ni que respetaremos los derechos de consumidor.

La única garantía, la que podemos y debemos ofrecer, es que no evaporaremos lo real[73].



[1] El presente texto resume algunos ejes desarrollados en el curso que, con el mismo nombre, dictamos en el marco del Instituto Clínico de Buenos Aires durante el año 2004.

[2] La Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA), componente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), realiza mensualmente Ateneos Científicos a los que son invitados psicoanalistas de diversas instituciones. El pasado 15 de noviembre de 2005 fuimos invitados a participar en uno de ellos, realizado bajo la forma de la conversación. Este es el texto que en esa oportunidad ofrecimos con antelación para el debate.

[3] Lacan, Jacques, “Proposición del 9 de octubre de 1967 acerca del psicoanalista de la Escuela”, en Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, Buenos Aires, 1987, p. 11.

[4] Es lo que también se deduce de la concepción freudiana de la transferencia como “falso enlace” o “falsa conexión”: la anterioridad lógica de los recuerdos o representaciones (significantes) a ese efecto que implica la transferencia.

[5] En Obras completas Amorrortu editores, Volumen XII, Argentina, 1980, p. 77 a 176.

[6] Ob. cit., en Obras completas, AE, Volumen XII, Argentina, 1980, p. 112.

[7] Ib.. p. 112.

[8] Ib., p. 114.

[9] Lacan introduce el término en el título de uno de sus escritos,  La méprise du sujet supossé savoir, traducido entre nosotros como “La equivocación del sujeto supuesto saber”. En: Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, Buenos Aires, 1987, p. 25 a 37.

[10] Miller, Jacques-Alain, “El analista y los semblantes”, en De mujeres y semblantes, Cuadernos del Pasador, Argentina, 1993, p. 18/19.

[11] Op. cit., p. 114.

[12] Ib., p. 114/115.

[13] Ib., p. 114.

[14] Ib.

[15] En “Psicología de las masas y análisis del yo”, Obras completas, AE, Volumen XVIII, Argentina, 1979, p. 85.

[16] Ib., p. 115. (Itálicas nuestras).

[17] Especialmente en su Seminario 8, La Tranferencia, donde muestra como Sócrates puede hacer del vacío propio de su sujeto –un sujeto ya no determinado por la articulación significante- un objeto atractivo, agalmático, para el otro.

[18] Ib., p. 116 (Itálicas nuestras).

[19] Ib., p. 117 (Itálicas nuestras).

[20] Ib.

[21] Op. cit., Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 11.

[22] Ib. (Itálicas nuestras).

[23] En “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, Argentina: Siglo XXI editores, 1987, p. 570.

[24] Ib., p. 118 (Itálicas nuestras).

[25] Ib.

[26] Ib., p. 119.

[27] Op. cit., en Obras completas, AE, Volumen XII, Argentina, 1980, p. 131.

[28] Seguimos aquí una indicación de Eric Laurent en Entre transferencia y repetición, Atuel, Argentina 1994, p. 33/34.

[29] Podríamos ilustrar esta formulación con el algoritmo de la transferencia propuesto por Lacan en 1967.

[30] Ib., p. 133

[31] Ib., p. 135.

[32] Ib.

[33] Ib., p. 138.

[34] Ib., p. 141.

[35] Ib, p. 142.

[36] Op. cit., en Obras completas, AE, Volumen XII, Argentina, 1980, p. 164.

[37] Ib., p. 165.

[38] Ib., p 165/167.

[39] Ib., p. 167.

[40] Ib.

[41] Ib., p. 168.

[42] Ib.

[43] Esto se vincula con la objeción de Lacan a la idea de una “liquidación de la transferencia”. No hay liquidación de la transferencia, sí destitución o caída del Sujeto supuesto Saber y transformación de la transferencia en “transferencia de trabajo”.

[44] Ib. (Itálicas nuestras).

[45] En “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Escritos 2, siglo XXI editores, Argentina, 1987, p. 804.

[46] Ib., p. 169. (Itálicas nuestras).

[47] Ib., p. 173. (Itálicas nuestras).

[48] Si bien la traducción propuesta por  López Ballesteros del término alemán Gegenübertragung como “transferencia recíproca”  nos parece conceptualmente más adecuada,  mantenemos la de “contratransferencia”  por la aceptación que el uso le ha dado.

[49] Freud, Sigmund, Op. Cit. en Obras completas, Amorrortu editores, Volumen 11, Argentina, 1979, p. 136. (Itálicas nuestras).

[50] Por ejemplo, veáse “El Seminario sobre La carta robada”, Escritos 1, siglo XXI editores, Argentina, 1988, p. 51 y 52: “... demostrar a nuestros oyentes lo que distingue de la relación dual implicada en la  noción de proyección a una intersubjetividad verdadera ...” (y) “... el callejón sin salida que comprende toda intersubjetividad puramente dual ...” (Itálicas nuestras).

[51] Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 8, La transferencia, (1960-1961), Paidós, Argentina, 2003, p. 11.

[52] Lacan, Jacques, “Proposición del 9 de Octubre de 1967 sobre el Psicoanalista de la Escuela”, en Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, Buenos Aires, 1987, p.11.

[53] Fundamento que, de manera extrema, ya estaba presente en el “análisis mutuo” de Ferenczi: la identificación con el analizante.

[54] Op. cit. El Seminario, Libro 8, La transferencia, (1960-1961), Paidós, Argentina, 2003, p. 227 y 352.

[55] Michels, Robert, “La psychanalyse aux ëtats-Unis à l’aube du XXI siècle”, en Revue Française de Psychanalyse – Courants de la psychanalyse contemporaine, PUF, París, 2001, p. 143-150.

[56] Ib., p. 147.

[57] Ogden, Thomas H., “Travailler à la frontière du rêve”, en Revue Française de Psychanalyse – Courants de la psychanalyse contemporaine, p. 133 – 142.

[58] Renik, Owen, “Buts cliniques et terrain commun en psychanalyse”, en Revue Française de Psychanalyse – Courants de la psychanalyse contemporaine, p. 11-119.

[59] Renik, Owen, “L’ideal de l’analyste anonyme et le problème de la déclosion”, en Ornicar?, Revue du Champ freudien, n. 51, Navarin, 2004, p. 61 – 86.

[60] Ib., p. 70. (Traducción nuestra).

[61] Ib., p. 86. Una perspectiva similar sigue el “Grupo de Estudios del Proceso de Cambio” de Boston, donde Daniel Stern y col. proponen un más allá de la interpretación que consiste en “momentos” de auténtica conexión de “persona a persona”, más allá de la verbalización, entre paciente y analista, que conducirían a  una real mutación terapéutica. “Mecanismos no interpretativos en la terapia psicoanalítica. El “algo más” que la interpretación”, International Journal of Psycho-Analysis, 1998, vol. 79, p. 903.

[62] Resulta sorprendente que estos párrafos retornen de manera casi idéntica en un texto sobre “la colaboración y la transparencia” en las terapias comportamentales. Cf. Van Rillaer, Jacques, Les therapies comportementales, Francia: Bernet-Danilo, abril, 2002, p. 39.

[63] Laurent, Eric, “Saber de la contratransferencia y saber del inconsciente”, en La práctica analítica, Colección Orientación Lacaniana, nro. 12, EOL-Paidós, 2003, p. 47-113.

[64] Ib., nota 58, p. 79.

[65] Ibídem, p. 80.

[66] Ibídem, p. 81 y 84.

[67] Miller, Jacques-Alain, Curso de la Orientación Lacaniana (2001-2002), Le désenchantement de la psychanalyse, clase del 30 de enero de 2002, inédito.

[68] Podría responderse a esta tentación de borrar la opacidad de lo real que anima la propuesta de “autodevelamiento” del intersubjetivismo norteamericano, con algunos párrafos de Freud en “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”, Obras completas, AE, Volumen XII, p. 117.

[69] Berman, M, Todo lo sólido se desvanece en el aire,  sigloXXIeditores, México, 1989.

[70] Podremos desarrollarlo durante la conversación.

[71] De “extimidad”, para ser más precisos.

[72] Ver artículo citado en nota 58.

[73] Op. cit. En nota 62.