Introducción
Como
es sabido, y compartido por los practicantes del
psicoanálisis, la transferencia constituye un factor imprescindible
de la experiencia psicoanalítica. Estrictamente hablando, no
hay psicoanálisis sin despliegue de la transferencia.
Caracterizada
inicialmente por Freud como el mayor obstáculo de la cura,
pronto se le reveló como su resorte más poderoso.
Por
su parte, Lacan hizo de ella uno de los conceptos
fundamentales del psicoanálisis subrayando así su carácter
de condición ineludible: "Al comienzo del psicoanálisis
está la transferencia", afirmó sin ambages.[3]
Pero
también, en tanto nudo paradojal y opaco, la transferencia es
fuente de numerosas "tentaciones" para el
psicoanalista.
Ahora
bien, antes que nada: ¿Qué quiere
decir la palabra “tentación”? Indaguemos en el Sujeto
supuesto Saber de nuestra lengua, es decir en el diccionario.
En
primer lugar se la puede definir como la instigación que
induce a hacer algo malo o el impulso repentino que excita a
hacer alguna cosa. "Sugestión",
"fascinación", "seducción", son algunos
de sus sinónimos.
Pero
lo más interesante surge de su sentido religioso. Por
ejemplo, en la Biblia, la tentación es considerada como una prueba
de fe del creyente. Su causante puede ser Dios
mismo pero también Satanás o “el mundo”. Según
Lutero, no hay fe que no tenga su tentación, pues en la cruz
de Cristo, junto a la fe, está también la tentación. De
allí la famosa frase "caer uno en la tentación",
es decir, dejarse vencer por ella.
Además,
hay dos referencias bíblicas sumamente esclarecedoras en
cuanto lo que nos ocupa. La primera, en el Génesis (22, 1),
en el contexto del sacrificio de Isaac, donde se dice: “... tentó
Dios a Abraham”. La otra, en San Marcos (1,13), donde la
referencia es al diablo: “Y estuvo allí (Jesús) en el
desierto cuarenta días, y era tentado de
Satanás...”
Es
decir que, en ambos casos, ya se trate de Dios o del diablo,
lo que emerge en el momento de la tentación es una figura de
goce del Otro. Ya sea la cara oscura de Dios exigiendo a
Abraham el sacrificio de su hijo, ya sea Satanás
-desdoblamiento de la figura divina cargada de goce libidinal
y maldad-, lo que en ambos casos se perfila es un punto de
goce que indica en el Otro del saber, una inconsistencia.
Es
decir que en el momento de la tentación lo que se eclipsa es
la figura de Dios padre todo amor y todo bondad. En términos
de Lacan, se eclipsa la figura del Sujeto supuesto Saber.
Podemos
concebir entonces a las “tentaciones del analista” como
diversas respuestas fallidas ante este punto paradojal cada
vez que es puesta a prueba su “creencia en el
inconsciente”, cada vez que el analista está ante el riesgo
de olvidar que ese fenómeno epistémico y libidinal -en el
que consiste la transferencia- es un resultado de la palabra,
un efecto del significante.[4]
El
término “tentación” -reiterado en varias oportunidades
por Freud en sus trabajos sobre técnica- permite entonces
ubicar el punto donde el analista será solicitado a abandonar
la posición que conviene en la dirección de la cura.
Se
trata de momentos que pueden llevar al incumplimiento de lo
que él mismo llamó –sin retroceder ante la connotación
religiosa del término- el “mandamiento” del principio
de abstinencia,
y que Lacan nombró como deseo
del psicoanalista.
Es decir, un deseo más potente que el deseo de gobernar, de
educar, de amar o hacerse amar.
¿Y
cuáles pueden ser esas tentaciones? Esto
es lo que nos proponemos explorar en la presente
comunicación.
Las
“veinte tentaciones del analista”
Revisando
los textos freudianos reunidos bajo el título “Trabajos
sobre técnica psicoanalítica”[5] pueden aislarse más de… ¡Veinte tentaciones! Más
de veinte tentaciones ante las cuales -de manera explícita o
implícita- Freud alerta a los psicoanalistas o bien
pueden ser deducidas de sus indicaciones.
Primera
tentación: “no hallar nunca más de lo que ya se sabe”.
Luego
de enunciar el precepto de la “atención libremente
flotante” y hacer una mención crítica del fijarse en un
fragmento con peculiar relieve, Freud indica con claridad que
en ese caso se “corre el riesgo de no hallar nunca más de
lo que ya se sabe”.[6]
Podemos
decir que es un equivalente del “no comprender”, del
imperativo lacaniano que alienta a escuchar todos los
significantes como si estuvieran separados del significado
compartido y referencial.
Porque lo que introduce la regla fundamental de la
asociación libre –de la cual el precepto de la atención
libremente flotante es la contrapartida-
es precisamente una pérdida del referente y del
significado compartido.
El
fundamento de lo que Freud aquí plantea,
tiene una lógica muy precisa. Si el analista elige el
material según sus expectativas, se identifica al Sujeto
supuesto Saber que sabría de antemano qué es lo importante o
significativo en el discurso del analizante. Mientras de lo
que se trata es de dar a esa formación de semblante -el
Sujeto supuesto Saber- el lugar que conviene como condición
para que el analizante obtenga lo que podemos llamar “su”
saber.
Hay
una frase notable donde resume todo esto: “No se debe
olvidar –dice Freud- que las más de las veces uno tiene que
escuchar cosas cuyos significado sólo con posterioridad
(nachträglich)
discernirá”.[7]
Digo que es notable porque parece que Freud tomara aquí el
algoritmo de Saussure -modificado por Lacan- al pie de la
letra, e indicara que no sólo hay arbitrariedad en el signo,
sino que hay una separación radical entre significante y
significado.
Segunda
tentación: “especular o cavilar mientras se analiza”.
Se
trata de una exhortación de Freud a “dejarse sorprender”.
“El éxito –afirma- se asegura mejor cuando uno procede
como al azar, se deja sorprender por su virajes, abordándolos
cada vez con ingenuidad y sin premisas (...) en no especular
ni cavilar mientras (se) analiza”...”[8]
Se
deduce entonces que Freud tiene una relación al inconsciente
que no es de dominio, lo cual se liga con lo que veníamos
diciendo. Porque
precisamente el Sujeto supuesto Saber es la ilusión de que
habría un sujeto capaz de dominar todos los significantes que
habría en el inconsciente concebido como un conjunto
armónico o cerrado.
Por
lo tanto, podemos decir que la relación de Freud al
inconsciente no es de dominio, sino de “falla”, de méprise
la llama Lacan[9].
Esto implica estar advertido de que hay una hiancia en
el saber y que el analista no debe jamás creer que él, con
su saber adquirido, puede borrar esa hiancia. Es por ello que
Jacques-Alain Miller propone traducir el término francés méprise
por lo que “escapa al esfuerzo de captura” ya que prise significa
“captura” o “dominio” en francés.[10]
Tercera
tentación: “analizar a partir de los afectos y de la
compasión”.
Esta
“tentación” se deduce de la conocida indicación
freudiana de comparar la posición del analista con la del
cirujano. “Tomen por modelo al cirujano –afirma- que deja
de lado todos sus afectos y aun su compasión humana...”[11]
Esta
indicación nos sitúa de lleno en lo que podríamos llamar
–a partir de Lacan- lo impiadoso del deseo del
analista.
La
figura de la frialdad del cirujano referida por Freud[12]
es en este sentido absolutamente congruente con la función
deseo del analista que apunta a obtener la división del
sujeto y la caída de sus
identificaciones fundamentales.
Esto
es lo que en el discurso del analista se escribe así:
a
à
$
S2
// S1
El
analista como objeto a, sostenido en el saber supuesto
(el S2 en el lugar de la verdad) e induciendo la división
subjetiva en el analizante a fin de obtener, producir, los
significantes amo, los S1, abajo a la derecha.
Se
trata, desde otra perspectiva, de la “inhumanidad” de la
Cosa que encarna el analista al responder al analizante con su
acto y con un “siga hablando”, a distancia de la
compasión piadosa que se juega en el eje imaginario de
“yo” a “yo”.
Ahora
bien, podríamos ubicar aquí otra tentación a modo de
contrapartida de la “tentación de la compasión” o “de
la piedad”. Podríamos llamarla la “tentación
sádica del analista”.
En
este sentido, podemos decir que la posición del analista es
“sadiana”, pero no sádica. ¿Por qué?
Porque en cierto modo, la posición del analista
–según vimos se escribe en el discurso analítico- tiene
una equivalencia estructural con la posición perversa.
Entonces, decir que el psicoanálisis es una práctica
“sadiana” y
no sádica, implica subrayar esa afinidad discursiva y establecer una
diferencia crucial. Se deduce de ello que el analista no debe
gozar en esa posición al instalar la división subjetiva en
el otro. Por eso Lacan no habla del “goce del analista”
sino que habla del “deseo del analista”. Es decir, el
deseo de obtener, de ayudar al analizante a producir sus
significantes primordiales, que son los rasgos de su máxima
diferencia como sujeto.
Asimismo,
Lacan no deja de alertar acerca de la importancia de
“dosificar la angustia”. Porque dividir al sujeto es
angustiarlo. Siempre
hay una dimensión del análisis que angustia, hay siempre
algo de una ligera angustia en juego cuando el otro -que en
este caso es el analista- no consiente a la imagen que el
analizante le ofrece para ser amado y hace emerger la figura
del deseo enigmático del Otro.
Por
otro lado, la indicación freudiana también nos orienta hacia
lo que veremos luego y que me atrevería a llamar una de las
grandes tentaciones surgidas en el movimiento analítico, la
de que el analista opere a partir de sus afectos
contratransferenciales, es decir, a partir de su
propia división de sujeto. Volveré mas adelante sobre
este punto seguramente polémico.
Cuarta
tentación: “la ambición de
convencer”.
Esta
“tentación” está explícitamente indicada por Freud en
el contexto anterior ya que la ubica como una actitud afectiva
del analista. “Hay –dice- una tendencia afectiva
peligrosísima: la ambición de obtener, con su nuevo y tan
atacado instrumento, un logro convincente para los demás”.[13]
Podríamos leer aquí ya una advertencia a no invertir la
demanda –querer convencer lleva inevitablemente a eso- y
también a estar precavidos de los riesgos de la sugestión.
Pero, ¿para quién es peligrosa esta actitud? Para el
analista y para la cura. Freud lo dice con claridad: de ese
modo -queriendo convencer- el analista “se expone indefenso
a ciertas resistencias del paciente”.[14]
¿Cómo
entiendo esto? Que de alguna manera Freud anticipa aquí lo
que luego denunciará como “tentación pedagógica” ya que
en estas “resistencias del paciente” podemos leer la
objeción que el sujeto hará al analista cuando éste quiera
subsumir todo en el saber, cuando pretenda hacer pasar todo al
campo del saber. Es lo propio, luego lo veremos, del discurso
universitario. Pero también es compatible con los efectos que
puede producir la sugestión cuando el sujeto, se rebela, se
resiste a ser sugestionado. Freud no dudaba en manifestar su
indignación ante Bernheim, el hipnotizador, quien solía
reprochar al paciente su resistencia a ser sugestionado.[15]
Desde esta perspectiva, la “tentación a convencer” podría leerse también como una “tentación a
sugestionar”.
Quinta
tentación: “operar con el propio inconsciente”.
En
este caso no se trata de una advertencia freudiana sino de una
“tentación” en la que por momentos –si puedo decirlo
así – el mismo
Freud tiende a caer. Efectivamente, en estas páginas
introduce la conocida fórmula según la cual el analista
“...debe volver hacia el inconsciente emisor del enfermo su
propio inconsciente como órgano receptor, acomodarse al
analizado como el auricular del teléfono se acomoda al
micrófono”.[16]
Si
bien la alegoría con que concluye la cita –el inconsciente
del analista como una suerte de receptor vacío- puede atenuar
la idea de que debería escuchar a partir de sus propias
representaciones inconscientes, pienso que esta indicación
freudiana constituye
un fuerte punto de apoyo para los defensores de un cierto uso
de la asociación libre contratransferencial.
Para
decirlo con toda claridad: no es esa la posición de Lacan.
Para él, el analista no debe estar abierto a sus propias
asociaciones y ensoñaciones contratransferenciales mientras
analiza, eso sería ubicarse en posición de sujeto... del
inconsciente. Y si bien durante un momento de su enseñanza
propuso como “paradigma” de la posición del analista a la
posición socrática[17],
finalmente no dudó en afirmar de manera taxativa que hay un
solo sujeto en la cura: el sujeto desprendido del analizante.
Sexta
tentación: “proyectar sobre la ciencia una percepción de
sí mismo”.
En
este caso se trata de una “tentación” que podríamos
llamar “epistemológica”, ya que perturba la capacidad de
invención e investigación del analista. Lo interesante es
que Freud lo menciona como un riesgo cierto en los casos en
que el practicante no experimentó en sí mismo la
exploración analítica. “Con facilidad –dice- caerá
en la tentación de proyectar sobre la ciencia, como una
teoría de validez universal, lo que en una sorda percepción
de sí mismo discierna sobre las propiedades de su persona
propia...”[18]
En
cierto modo, esta “tentación” es equivalente a la
primera, la de encontrar lo que ya sabemos. Pero lo que aquí
además se ve es cómo, para la investigación y la
invención, también resulta necesaria una relación diferente
con la hiancia en el saber, cosa que sólo puede llegar a
alcanzarse mediante el propio análisis del analista.
Séptima
tentación: de “la
reciprocidad o simetría”.
La
indicación de Freud en este punto es inequívoca, lapidaria e
irónica. “Es por cierto tentador –reitera el
término- para el psicoanalista joven y entusiasta poner en
juego mucho de su propia individualidad (...). Uno creería de
todo punto admisible, y hasta adecuado para superar las
resistencias subsistentes en el enfermo, que el médico le
deje ver sus propios defectos y conflictos anímicos, le
posibilite ponerse en un pie de igualdad mediante unas
comunicaciones sobre su vida hechas en confianza. Una
confianza vale la otra, y quien pida intimidad de otro tiene
que testimoniarle la suya.”[19]
Más
adelante, luego de objetar esa “técnica afectiva” y
remitir su influjo a la sugestión, no duda en concluir que
dicha técnica “... por regla general fracasa ante la avidez
despertada del enfermo, a quien
gustaría invertir la relación porque encuentra el
análisis del médico más interesante que el suyo propio.”[20]
Si
con esta advertencia Freud por un lado se anticipa a la
modificación técnica que Ferenczi habría de proponer luego
bajo el nombre de
“análisis mutuo”, por otro, indirectamente “advierte”
algo que a mi entender guarda toda su actualidad: una
“tentación” fundada en una lógica implacable. Es lo que
ocurre cuando el analista responde con su propia falta de
sujeto a lo que percibe como la impostura inherente a la
ficción del Sujeto supuesto Saber.
Por
ejemplo, me refiero a las elaboraciones surgidas en cierto
sector del psicoanálisis norteamericano de la IPA, es decir,
a lo que hoy en día se conoce con el nombre de
“intersubjetivismo californiano”. Uno de sus principales
exponentes es Owen Renik, psicoanalista de California, quien
–a mi entender- plantea una concepción de la cura cercana
al “análisis mutuo” de Ferenczi. Volveré más adelante
sobre este punto.
Dije
antes que esta “tentación” se funda en una lógica
implacable. ¿Cuál es? Que hay una tendencia, en el analista,
a deslizarse a la posición de sujeto y borrar así la
dimensión esencialmente
“asimétrica” de la transferencia. Así la
caracteriza Freud. Por su parte, Lacan profundiza esta
perspectiva y habla –en su Seminario La transferencia- no
sólo de la “asimetría” sino de su radical
“disparidad”.[21]
Octava
tentación: “la tentación
pedagógica”.
“Otra
tentación –dice Freud- surge de la actividad
pedagógica...”[22]
Esta
tentación sobre la que él advirtió tantas veces, es lo que
Lacan remitió más tarde al discurso universitario. Se
escribe así:
S2
à
a
S1
// $
El
analista, que de este modo apunta a “educar” al paciente,
se ubica arriba a la izquierda confundiendo su posición con
el saber (no saberlo todo sino encarnar un “todo saber”).
Pero se vislumbra que está soportado por el amo, el S1 que
está en el lugar de la verdad (abajo a la izquierda), y que
da la verdad de ese discurso. Por eso Lacan habla de “el
principio autoritario de los educadores de siempre”[23].
El supuesto sobre el que se funda esta tentación es el
analista como un Otro consistente que se propone educar la
pulsión –es lo que indica el objeto a, como plus de
goce- que, en esta lógica, es el lugar donde va a quedar
situado el analizante. Esta “tentación” también formó
parte de lo que Lacan concibió como uno de los mayores
desvíos del psicoanálisis posfreudiano y que fue conocido
con el nombre de reeducación emocional del paciente.
Novena
tentación: “la tentación terapéutica”.
Es
notable la prudencia de Freud al respecto. “Como médico
–señala- es preciso ser sobre todo tolerante con las
debilidades del enfermo, darse por contento si (...) ha
recuperado un poco de la capacidad de producir y de gozar. La
ambición pedagógica es tan inadecuada como la terapéutica.”[24]
Vemos
así cómo esta tentación, el furor sanandis,
corresponde también al discurso universitario: empeñarse
excesivamente en la sublimación de las pulsiones según un
supuesto modelo de normalidad. Lo interesante es que Freud
dice allí, como al pasar, que finalmente no es conveniente
que todo pueda ser sublimado, que hay un resto de
satisfacción pulsional -de goce- que hay que respetar.
Décima
tentación: “buscar la
colaboración intelectual del analizado”.
Consiste
en querer convencer al paciente mediante la lectura de textos
psicoanalíticos.
Para
Freud sólo hay que apostar y empeñar al paciente en la
aplicación de la regla fundamental.[25]
En cierto modo, se subsume en la “cuarta tentación”, la
tentación de querer convencer.
Undécima
tentación: “convencer a los
parientes”.
“Quisiera
advertir con la mayor insistencia –dice Freud- que no debe
buscarse la aquiescencia o el apoyo de padres y parientes
dándoles a leer alguna obra de nuestra bibliografía”.[26]
Es una variación de la anterior y
también se subsume en la “cuarta tentación”.
Duodécima
tentación: la de “ser eternamente amado/a por el
paciente”.
Pienso
que se puede deducir de la siguiente afirmación de Freud:
“En mis primeros años de actividad psicoanalítica mi mayor
dificultad era mover a los enfermos a perseverar; esta
dificultad se me ha desplazado hace mucho tiempo: ahora tengo
que empeñarme, angustiosamente, a cesar.”[27]
Es
la tentación que propicia la infinitización de los análisis
con el goce que eso implica. Es decir, el dispositivo
transformado en un modo de gozar mutuo.
Pero
cuando llamo a esto la “tentación
de ser eternamente amado o amada”
es a la posición del analista a la que especialmente
me refiero.
Podríamos
localizarla, por ejemplo, en las mujeres analistas cando hacen
de la Dama del amor cortés.[28] Como obviamente está prohibido el contacto físico,
la analista puede deslizarse hacia el lugar de la gran Dama a
quién el enamorado, el analizante, dirige continuamente sus
cartas de amor. En cierto modo, el análisis tiene algo de
eso: el analizante se dirige a un objeto imposible y en eso,
con sus asociaciones, con sus formaciones del inconsciente
puestas en transferencia,
escribe –a su manera– “cartas de amor”. El
problema surge si el analista queda identificado, si cree
efectivamente ser la Dama del amor cortés, que no es sino una
forma de identificación imaginaria, una identificación que
difícilmente permita que el analista se vuelva residuo de la
operación analítica.
¿Y
cuál sería el equivalente en los analistas varones? Es la
tentación de ser el falo maravilloso y eternamente amado por
su madre. Como el falo imaginario es también un objeto
–aunque no un objeto de desecho-, eso propicia una cierta
relación entre la posición del analista como objeto y el
falo. Pero quedarse en la posición de falo del analizante y
ser eternamente amado por él sería algo así como volverse
el hijo falo que vendría a completar la división subjetiva
del analizante “madre”. De ello se deduce que es
fundamental -para quien decida practicar el psicoanálisis-
conmover la posición de creer ser el falo o la Dama y poder
convertirse así en el residuo de la operación analítica.
Pero
de esta tentación, que puede llevar a la eternización de los
análisis, también podríamos deducir una tentación
inversa...
Decimotercera
tentación: “precipitar la abreviación de la cura”.
Puede
corresponder al analista que tiende a
auto destituirse precipitadamente de la
investidura del Sujeto supuesto Saber.
Es
algo que suele manifestarse al inicio de la práctica cuando
resulta más problemático para el analista soportar el hacer
semblante de saber. Porque el analista hace semblante de
saber. Lo que no debe ocurrir es que se identifique a él, es
decir, que olvide que se trata sólo de un semblante y
“caiga en la tentación” de recubrir con saber ese
punto opaco y paradojal donde habrá de producirse el
despuntar de la vertiente pulsional de la transferencia. Dicho
de otro modo, el punto donde –más allá de la vertiente
epistémica del Sujeto supuesto Saber- la transferencia habrá
de manifestarse como “puesta en acto de la realidad sexual
del inconsciente”.
Podemos
entonces entender la tentación a la auto destitución de
hacer semblante de saber, como la contrapartida de la infatuación
que consiste –precisamente- en identificarse al Sujeto
supuesto Saber. Podemos entenderla como una consecuencia de
percibir –como señalé antes- que en esta dimensión
transferencial hay algo de una “impostura”. Porque, ¿cómo voy a saber de la singularidad de este sujeto si por
mi posición como analista estoy reducido a un significante
cualquiera que no puede saber nada de los significantes
particulares del inconsciente del analizante?[29]
Es
una tentación afín al sujeto histérico que percibe lo que
hay de semblante en la atribución de saber que efectúa el
analizante. En este sentido, hay un
parentesco con la corriente “intersubjetivista”
antes mencionada y con las feroces críticas de Ferenczi a lo
que él llamaba “la superioridad infundada del
psicoanalista”.
Décimo
cuarta tentación: “hacer de filántropo desinteresado”.
Se
desprende de la indicación de Freud acerca del cobro de
honorarios por el analista. “Opino –dice- que es más
digno y está sujeto a menos reparos éticos confesarse uno
mismo sus pretensiones y necesidades reales, y no, (...) hacer
el papel de filántropo desinteresado...”[30]
Me
parece que –más allá de las múltiples consideraciones que
podrían hacerse con respecto al tema del dinero y los
tratamientos gratuitos en las instituciones- podemos
conjeturar que en lo que se sostiene esta posición de
“filántropo desinteresado” es en la identificación a una
supuesta madre o padre bondadoso desprovisto de deseo y de
goce, y que fundamentalmente tendría lo que al otro le falta.
Se trata, en el fondo, de sostener la figura de un
Otro consistente que no necesita nada. Porque el
filántropo es el que “tiene”, y el que está en posición
de falta –“menesteroso de amor”, como dice Freud,
“castrado”, como dice Lacan- es el analizante quien, en
tanto sujeto tachado, $, precisamente, “no tiene”.
Decimoquinta
tentación: “abandonarse a los pensamientos
inconscientes”.
Es
la diferencia que ya situamos entre Freud y Lacan. “Mientras
escucho –afirma Freud-, yo mismo me abandono al decurso de
mis pensamientos inconscientes...”[31]
Como
dijimos, a propósito de la “quinta tentación”, esta
actitud lleva al analista a una posición de sujeto. Es la
clásicamente llamada “asociación libre
contratransferencial”. Lo que ocurre es que Freud tiene
aquí la idea de que hay una comunicación de inconsciente a
inconsciente, pero contando con un inconsciente
“purificado” del lado del analista. Mientras que desde la
perspectiva de Lacan se trataría -más allá del
inconsciente- de un analista que ha elaborado y está
advertido del goce que está en juego en su propio fantasma.
Pero
en Freud, sin embargo, existe esta idea de una comunicación
de inconsciente a inconsciente, que es lo que abonó la
teoría de la contratransferencia. Pero no la teoría de la
comunicación contratransferencial que sostiene que si siento
algo, si experimento un afecto, es debido al paciente y
entonces puedo comunicárselo, sino la teoría de que si me
abandono al decurso de mis propios pensamientos, lo que a mi
se me va a ocurrir va a tener que ver con el analizante y a
partir de allí podré interpretar.
Lacan
proscribe esto. Para Lacan eso es el analista como sujeto y no
el que conduce la cura. Si el analista está como sujeto se
trata de un lapsus del acto analítico. Por eso, en sus Seminarios de la “La lógica
del fantasma” y de “El acto analítico”, Lacan plantea
que el analista está –en el acto analítico- en posición
de “yo no pienso”, de “yo no pienso los pensamientos
inconscientes”, lo cual lo lleva a establecer una oposición
entre inconsciente y acto analítico.
Decimosexta
tentación:
“la tentación exhibicionista-voyeurista”.
Es
la que se deduce de las consideraciones de Freud sobre el uso
del diván. Podríamos pensar aquí cómo puede perturbar la
indicación por parte del analista del uso del diván cuando
“la pulsión de ver (el voyeurismo) desempeña un papel
significativo en su neurosis”.[32]
Decimoséptima
tentación: la tentación de “responder a la demanda del
analizante acerca de qué tiene que hablar”.
Se
refiere a la aplicación de la regla fundamental. Freud es
inflexible en este punto. “No se debe ceder –dice-, ni
esta primera vez ni las ulteriores, a su ruego (del paciente)
de que se les indique aquello sobre lo cual deben hablar”. [33]
Lo
que está en juego en esta fuerte indicación freudiana es
cómo generar las condiciones para la instalación del Sujeto
supuesto Saber –“diga lo que diga eso tendrá sentido”-
y no ceder a la tentación de creer que uno puede saber de
antemano qué es lo significativo en el discurso del
analizante. Por eso se vincula con la “primer tentación”.
Decimoctava
tentación: la tentación de “arrojar a la cara el saber”.
Hay
que “condenar el procedimiento –dice Freud- que querría
comunicar al paciente las traducciones de sus síntomas tan
pronto como uno mismo las coligió, o aún vería un triunfo
particular en arrojarle a la cara esas “soluciones” en la
primera entrevista.”[34]
Se
muestra nuevamente aquí la tentación de la identificación
del analista con el saber, es decir, el riesgo del
deslizamiento al discurso universitario.
Es
muy interesante que en este contexto Freud comente un ejemplo
clínico en el cual “...la enferma exteriorizaba una
violentísima resistencia a un saber que le era impuesto.”[35]
Muestra muy bien cómo, al poder del saber en el
discurso universitario va a responder la resistencia del
sujeto, que es lo que ese discurso escribe abajo a la derecha
como producto.
S2
à
a
S1
// $
Decimonovena
tentación: la tentación “contratransferencial”.
Freud
percibió con claridad la dificultad técnica que supone el
manejo de la transferencia, y en este sentido su posición
crítica con respecto a la contratransferencia fue inamovible.
No es sino la transferencia recíproca del analista sobre su
paciente. Se trata siempre de que el médico esté prevenido
“... de una contratransferencia acaso aprontada en él.
Tiene que discernir que el enamoramiento
de la paciente le ha sido impuesto por la situación
analítica y no se puede atribuir, digamos, a las excelencias
de su persona...”[36]
En
este contexto, también califica de “técnica disparatada”
la de ciertos médicos que exhortan a sus pacientes a
enamorarse ellos para favorecer la aparición de la
transferencia amorosa.[37]
Lo
que ocurre es que la preocupación de Freud se funda en que el
enamoramiento erótico transferencial implica –en tanto una
de las “pasiones del ser”, como dice Lacan- un rechazo a
saber. “Es bien sabido –concluye-: contra las pasiones de
poco valen unos sublimes discursos”.[38]
Y es precisamente de esta afirmación que podemos deducir la
vigésima tentación.
Vigésima
tentación: obligar a “la sofocación de la transferencia”.
Para
Freud semejante actitud reposa en la moral universal del amo.[39]
Para
él la respuesta analítica es otra. “Exhortar a la
paciente, tan pronto como ella ha confesado su transferencia
de amor, a sofocar lo pulsional, a la renuncia y a la
sublimación, no sería para mí un obrar analítico, sino un
obrar sin sentido. Sería lo mismo que hacer subir un
espíritu del mundo subterráneo, con ingenioso conjuros, para
enviarlo de nuevo ahí abajo sin inquirirle nada. Uno habría
llamado a lo reprimido a la conciencia sólo para reprimirlo
de nuevo, presa del terror.”[40]
Pero
tampoco acepta Freud una respuesta intermedia que es lo que
nos daría una nueva tentación...
Vigésimo
primera tentación:
“afirmar corresponder los sentimientos evitando los
quehaceres corporales”.
Luego
de criticar este procedimiento que “pone en juego la
autoridad” del analista y que está lleno de peligros ya que
“uno no se gobierna tan bien que de pronto no pueda llegar
más lejos de lo que se había propuesto”[41],
Freud introduce la respuesta que sí es analítica: enuncia el
principio de abstinencia. Y a continuación aclara que
no se refiere sólo a la privación corporal o a todo lo que
el paciente puede apetecer ya que esto último sería
impracticable. A lo que se refiere y eleva a la dignidad de un
principio de la práctica es a que “hay que dejar subsistir
en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas
pulsionales del trabajo y la alteración, y guardarse de
apaciguarlas mediante subrogados.”[42]
Es
decir, que siempre hay que mantener un estado de
insatisfacción evitando aportar satisfacciones sustitutivas.
¿Cuál es el fundamento de esta indicación? Que el objeto,
el que hubiera sido el objeto adecuado, está perdido desde
siempre o, mejor dicho, que nunca hubo ese buen objeto
complemento del sujeto. Por lo tanto, todo lo que hay son
sustituciones. Dicho de oro modo, siempre hay “falsas
conexiones”.[43]
¿Y
de qué se trata entonces? De que el sujeto por medio del
análisis pueda llegar a saber qué tipo de sustituciones
fundamentales él eligió para remediar esa carencia
constitutiva. Para eso es necesario este estado de privación
en la cura.
A
mi entender, de este modo Freud introduce una suerte de
imposible, de puesta en acto de la no relación sexual,
de la no correspondencia amorosa sexual, y es por eso que
podemos decir que el principio de abstinencia es el
antecedente freudiano del “deseo del analista” en Lacan.
¿Por
qué lo digo? Porque al ser un deseo más fuerte que el deseo
de amar o ser amado, de gobernar o de educar, el deseo del
analista precisamente es lo que objeta las satisfacciones
sustitutivas. Por eso entiendo que Freud sea tan lapidario con
respecto a la contratransferencia cuando en este contexto
afirma que “...no es lícito desmentir la indiferencia
que mediante el sofrenamiento de la contratransferencia, uno
ha adquirido”.[44]
Lo
que de algún modo se desliza como trasfondo es la cuestión
de la neutralidad analítica. Neutralidad que puede
confundirse con la identificación del analista con el Padre
muerto y que Lacan va a cuestionar cuando hable, por ejemplo,
de “la vacilación calculada de la neutralidad” como una
maniobra posible y eficaz con la histeria.[45]
Sin
embargo, no hay que olvidar que Lacan dice “calculada”, es
decir, sugiere una maniobra que no constituye ningún consejo
técnico y que debe inscribirse sobre el fondo del principio
de abstinencia que sigue siendo un principio de nuestra
practica. Es decir, se trata de una maniobra táctica
subordinada a una política de la cura que se espera esté
orientada por el deseo del analista.
De
lo dicho anteriormente se deduce claramente la...
Vigésimo
segunda tentación: “la correspondencia amorosa”.
“Si
su cortejo de amor –dice- fuera correspondido, sería un
gran triunfo para la paciente y una total derrota para la
cura”, ya que “...la relación
de amor pone término a la posibilidad de influir mediante el
tratamiento analítico; una combinación de ambos es una
quimera”. Y finalmente concluye: “Uno debe guardarse de
desviar la transferencia amorosa, de ahuyentarla o de
disgustar de ella a la paciente; y con igual firmeza uno se abstendrá
de corresponderle. (...) Cuanto más impresione uno mismo
que está a salvo de toda tentación, más extraerá de
la situación su sustancia analítica.”[46]
En
términos de Lacan, cuando analiza El banquete de
Platón, podemos traducir estos párrafos diciendo que caer en
la tentación de la correspondencia amorosa sería aceptar que
se produzca la metáfora del amor. Es decir, que el eromenós,
el amado, se vuelva erastés, el amante. Lo que Lacan
rescata de la posición de Sócrates para pensar la posición
del analista es que Sócrates rechaza producir esa metáfora
ante el cortejo a que lo somete Alcibíades, rechaza
corresponderle amorosamente ya que él sabe que hay una
disparidad fundamental en el amor.
Podríamos
aquí ubicar una última tentación que no es sino una
variedad de la anterior y que propondría llamar así…
Vigésimo
tercera tentación: “caer en las redes del agalma
histérico.”
Se
deduce de una sutil indicación de Freud cuando dice que “No
son las groseras apetencias sexuales de la paciente las que
crean la tentación; ellas provocan más bien
rechazo... Son quizás las mociones de deseo más finas, y de
meta inhibida, de la mujer las que conllevan el peligro de
hacer olvidar la técnica y la misión médica a cambio de una
hermosa vivencia.”[47]
De
alguna manera Freud advierte así de la trampa que suele
tender la histérica: hacer con el vacío, con su vacío de
sujeto, un objeto precioso: su agalma. Esto de algún
modo se liga a la dificultad que representa para la entrada en
el dispositivo analítico conseguir que la histérica ceda ese
objeto precioso que suele conservar con una fineza y una
tenacidad muchas
veces asombrosa.
Refutación
de la intersubjetividad
Como
hemos anticipado
existe la tentación de velar el punto de
inconsistencia del Otro que
la transferencia revela, cubriéndolo con la falta misma
del analista como sujeto.
Esto
tiene un nombre en la historia del psicoanálisis, el uso
de la contratransferencia, y una fecha precisa de
aparición: los años cincuenta, a partir de los desarrollos
de Paula Heymann y Heinrich Racker. Su antecedente fueron las
teorizaciones de Sandor Ferenczi, especialmente su propuesta
del “análisis mutuo”, a lo que Freud se opuso firmemente.
Freud jamás se apartó de concebir a la contratransferencia
o, mejor, a la “transferencia recíproca”, como índice de
una vacilación de la posición del analista. Tampoco dudó en
reconducir al analista al control o a su propio análisis para
resolver sus puntos ciegos.
Es
ampliamente sabido que abordó el tema en su discurso
inaugural al Segundo Congreso Internacional de Psicoanálisis,
el 30 de marzo de 1910, donde hizo una reseña general de la
situación del psicoanálisis en aquellos tiempos. Su
alocución, conocida más tarde con el título de "Las
perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica",
describía -con optimismo- tres fuentes desde donde podría
llegar un incremento de las posibilidades terapéuticas del
psicoanálisis. Entre dichas fuentes situaba el "progreso
interno" debido a "innovaciones en el campo de la
técnica" y dedicaba una
especial atención a lo que entonces llamó la
“contratransferencia".[48]
Su
posición al respecto era inequívoca: "Nos hemos visto
llevados a prestar atención a la
"contratransferencia" que se instala en el médico
por el influjo que el paciente ejerce sobre su sentir
inconsciente, y no estamos lejos de exigirle
que la discierna dentro de sí y la domine. Desde que un
número mayor de personas ejercen el psicoanálisis e
intercambian sus experiencias, hemos notado que cada
psicoanalista sólo llega hasta donde se lo permiten sus
propios complejos y resistencias interiores, y por eso
exigimos que inicie su actividad con un autoanálisis y lo
profundice de manera ininterrumpida
a medida que hace sus experiencias en los enfermos. Quien
no consiga nada con ese autoanálisis -concluía- puede
considerar que carece de la aptitud para analizar
enfermos".[49]
Ahora
bien, como ya anticipé, la reivindicación de la subjetividad
del analista para orientar la cura, presente en la promoción
del uso de la contratransferencia, es algo actualmente
revalorizado por la llamada corriente “intersubjetivista”.
¿Pero
por qué, desde nuestra perspectiva, esto comporta una
“tentación”? Porque implica rebajar la disparidad
subjetiva de la estructura transferencial (que es
cuatripartita) a una dualidad de individuos, haciendo de la
contratransferencia la brújula de la cura.
Es
precisamente esto lo que hizo que Lacan finalmente se opusiera
a la noción de intersubjetividad: la decisión de no
escamotear la dimensión del deseo del Otro -como índice de
lo real- en la experiencia analítica.
Así,
este esfuerzo por sostener la dimensión del deseo del Otro es
lo que lo llevó a indagar (desde una perspectiva diferente a la de Ferenczi o
Margaret Little) los límites de la neutralidad analítica,
pero también a objetar la noción de “intersubjetividad”
por él mismo promovida durante los primeros años de su
enseñanza.
Efectivamente,
las primeras intervenciones de Lacan apuntaron no sólo a
cuestionar las doctrinas de la Egopsychology imperantes
en la época sino también a las agrupadas bajo la fórmula de
“la relación de objeto” que tendían a elaborar una
concepción de la experiencia analítica como “relación
interhumana”.
Para
él, estas vías conducían a callejones sin salida al reducir
la experiencia a una dualidad, a una interacción imaginaria
entre analizado y analista.
Como
es sabido, la operación de Lacan consistió primero –vía
retorno a los fundamentos freudianos de la experiencia– en
privilegiar la terceridad simbólica como condición del
advenimiento de una verdadera experiencia “intersubjetiva”
más allá del eje imaginario del yo y sus objetos.
En
ese momento, la lógica de su argumentación lo llevaba a
situar la transferencia y la contratransferencia como
obstáculos inherentes al estancamiento de la dialéctica de
la cura en la inercia del eje imaginario. Ninguna virtud
instrumental podía entonces ser deducida de ella. Aún más,
la contratransferencia quedaba ubicada de este modo en
oposición a la intersubjetividad simbólica, eje de la
acción analítica.
Sin
embargo, en los seminarios de aquella época y en los escritos
correspondientes, puede situarse ya cierta dificultad en su
uso del término “intersubjetividad”. Se puede leer con
claridad cómo se veía obligado a diferenciar una
“intersubjetividad verdadera” (simbólica) de una
“intersubjetividad puramente dual” (imaginaria) a la que
la reducían los partidarios de “la relación de objeto”.[50]
Esta
ambigüedad se resuelve cuando Lacan comienza a desarrollar
una caracterización del Otro como lugar no sólo de la
palabra sino del significante, y a afinar la concepción del
sujeto como un puro efecto -como pura variable- de la
articulación significante. La delimitación clara con
respecto a toda idea “vivencial” de subjetividad introdujo
así un cuestionamiento profundo de la noción misma de
intersubjetividad.
Finalmente,
al incluir la dimensión de alteridad radical que implica el
deseo del Otro en la dialéctica del deseo y en la
estructuración subjetiva, Lacan no dudó en auto cuestionarse
y refutar el uso de la noción de “intersubjetividad” para
pensar la transferencia y sus fenómenos.
Como
ya lo anticipé, lo dice claramente al inicio de su Seminario
sobre La Transferencia. Habla allí de la “disparidad
subjetiva”, término con el que destaca que la transferencia
“va más allá de la simple noción de disimetría entre los
sujetos”. Cuestiona así “la idea de que la
intersubjetividad pueda proporcionar por sí sola el marco
donde se inscribe el fenómeno”.[51]
Más
adelante, en 1967, en la “Proposición del 9 de
octubre...” – reconociendo que él mismo había promovido
el uso de ese término – reitera, ahora de manera decidida,
que “... la transferencia por sí sola es una objeción a la
intersubjetividad.” Más aún, “... la refuta, es su
escollo.”[52]
¿Qué
quiere decir Lacan con esto? Que la transferencia no puede
concebirse como soportada en el reconocimiento mutuo entre dos
sujetos sino que implica una estructura más compleja
(cuatripartita) donde hay al menos dos significantes, un solo
sujeto (el sujeto efecto del significante desprendido del
analizante) y un objeto (el resto libidinal no reabsorbido por
el significante) causa del deseo. De este modo, el único
sujeto en la experiencia analítica será el analizante,
mientras que el analista ocupará el lugar de ese objeto
agalmático del deseo y su misión será operar en la
transferencia de manera que se le revele al analizante su lazo
original con el deseo del Otro y la pulsión. Aquí se vuelve
decisiva la función “deseo del psicoanalista” que
constituye la respuesta de Lacan a la noción de
contratransferencia. Esto último se aclara si consideramos
que el deseo del analista se opone a las identificaciones que
sirven de fundamento a toda concepción de contratransferencia
o empatía.[53]
Así,
la función “deseo del analista” es lo que abre una vía
que objeta todo tipo de identificación del analista a las imagos
o significantes del analizante y hace posible que el
analista encarne la enigmática presencia del objeto a en
su heterogeneidad más radical.
Por
lo tanto, una vez situada la disparidad subjetiva que funda la
transferencia, donde la posición de los dos sujetos en
presencia no es de ningún modo equivalente, se puede afirmar
que para la orientación lacaniana no sólo no hay un uso
posible de la contratransferencia sino que la verdadera
cuestión a plantearse es la de la participación del analista
en la transferencia misma.[54]
Resumiendo,
si tempranamente Lacan objetó la idea del uso de la
contratransferencia refiriéndola
al eje imaginario, más tarde, la consideración del lugar del
deseo del Otro en la experiencia transferencial, de la
pulsión y su lazo con lo real, lo condujo a refutar la
noción de intersubjetividad. Se puede incluso afirmar que los
conceptos de pulsión y goce son en sí mismos una objeción a
dicha noción.
De
este modo, contratransferencia e intersubjetividad se revelan
más bien obstáculos que medios para la posición de un
analista que se quiera orientado por lo real. Esto es lo que
algunos recientes desarrollos en el psicoanálisis
norteamericano parecen indicar.
La
tentación de evaporar lo real
En
un texto relativamente reciente, Robert Michels, psicoanalista
de la American Psychoanalytical Association, traza un
panorama actual del psicoanálisis en los USA.[55]
Allí
caracteriza la época como marcada por una toma de consciencia
cada vez mayor de los límites de la neutralidad, de lo
peligroso que puede resultar para las relaciones un rigor
excesivo de la abstinencia y del anonimato del analista.
También subraya que esto ha conducido a una evolución del
método analítico que si bien contempla, como siempre, el
estudio de la vida mental del analizante, pone ahora el acento
en las “relaciones” favoreciendo un estudio del analista y
de las relaciones analíticas. Se habla así del “rol activo
del analista”, de la “co-construcción de la
transferencia” y del “valor clínico del fenómeno de
contratransferencia”.[56]
En
la misma publicación, otros autores estadounidenses parecen
confirmar este diagnóstico.
En
un texto titulado “Trabajar en las fronteras del sueño”,
Thomas Ogden, psicoanalista de California, desarrolla una
concepción del proceso analítico basada en la idea de que
además del analista y el analizante, hay un “sujeto tercero
del análisis” que llama “el tercero analítico
intersubjetivo o simplemente el tercero analítico”.
Afirma: “El sujeto tercero (intersubjetivo) del análisis se
sitúa en una tensión dialéctica con el analista y el
analizante en tanto que individuos separados teniendo sus
subjetividades propias. Analista y analizante participan cada
uno en la construcción intersubjetiva inconsciente (el
tercero analítico) pero de manera asimétrica.”[57]
Ahora
bien, esta concepción –que seguramente, aunque no sea
citado, debe mucho a las primeras formulaciones de Lacan–
desemboca en tres indicaciones de alcance técnico: 1) que
tanto el analizante como el analista deben dejarse llevar por
la deriva de sus ideaciones (“ensoñaciones”); 2) que el
tercero analítico emerge por el sesgo de una comprensión e
interpretación precisas
y empáticas de la transferencia / contratransferencia;
3) que la identificación proyectiva es un mecanismo central
en la construcción del tercero analítico intersubjetivo.
Por
su parte, Owen Renik, también californiano, retoma
consideraciones realizadas con anterioridad. En su texto
“Finalidades clínicas y terreno común en psicoanálisis”
reitera su propuesta de centrar el objetivo del análisis en
función del beneficio terapéutico tal como el paciente lo
vive y para ello establecer desde el inicio del tratamiento
una relación analítica bajo el modo de la
“colaboración”.[58]
Una indicación técnica central surge del examen crítico de
lo que llama el
“anonimato clínico” del analista, es decir, su
neutralidad: se trata del valor del “autodevelamiento” (self-disclosure)
del analista.
Es
en un texto anterior, de 1995, donde Renik explicita el
fundamento de este “autodevelamiento”.[59]
Para Renik, la neutralidad analítica no sólo es imposible
sino que tiende a generar en el paciente una idealización del
analista “anónimo”. Ejerciendo una fuerte crítica de las
que llama “corrientes dominantes de la Egopsychology”,
recomienda entonces una actitud más “humana” de parte del
analista y aboga por la introducción de la “subjetividad
del analista” desde el inicio en la cura.
“Ese
semblante de anonimato –dice- es un manto con el cual el
analista se reviste mientras se lo describe como un observador
objetivo y autorizado, capaz de ir más allá de su
subjetividad en la situación de la cura. Su convicción de
ser capaz de objetividad (...) constituye una potente
auto-idealización a la cual el paciente es invitado”.[60]
Efectivamente,
Renik objeta la infatuación del analista cuando éste se
identifica al Sujeto supuesto Saber –fórmula
explícitamente citada en el texto– pero lejos de seguirlo a
Lacan en la lógica que llevaría a la destitución subjetiva,
se desliza imaginariamente hacia lo que llama una “ética
sincera”.[61]
Es
en relación con esta supuesta ética que el
“autodevelamiento” del analista tiene un lugar central.
¿En qué consiste? En que el analista debe ser explícito, lo
más claro posible, debe evitar todo tipo de ambigüedad y
debe cuidar de no suscitar enigmas en el paciente ya
que eso lo consolida en el lugar de una esfinge.[62]
En una palabra, debe luchar contra toda idealización suya por
parte del paciente.
Esta
orientación que, como señala Eric Laurent, concuerda con el
espíritu de la época (es democrática, conversacional y
pragmática)[63],
determina una situación que Renik define como “simetría
epistemológica completa” donde “el analista y el
analizante son igualmente subjetivos, y ambos responsables del
autodevelamiento completo de sus pensamientos.”[64]
No
resulta extraño entonces, que el autor deba anticiparse al
fantasma de Ferenczi aclarando que “simetría no es
identidad” y que los pensamientos del analista y del
analizante están diversamente organizados ya que cumplen
funciones diferentes en la cura: el autodevelamiento para el
paciente resulta de un esfuerzo de libre asociación mientras
que en el analista es deliberadamente selectivo.
Sin
embargo, luego no duda en afirmar que “... la experiencia
del análisis mutuo de Ferenczi, frecuentemente criticada
(...), terminó mal no porque el autodevelamiento de Ferenczi
fuera excesivo (sic), sino porque estaba orientado hacia una
finalidad errónea. Él trató de hacer el análisis
simultáneo de dos individuos en una sola cura – un esfuerzo
demasiado ambicioso destinado al fracaso”.[65]
¿Pero
qué es lo que se produce mediante esta promoción de la
intersubjetividad analítica concebida sobre la base de una
sincera “colaboración y negociación (sic) recíproca entre
pares?”[66]
Es lo que se deduce del recorrido que hemos hecho y que
Jacques-Alain Miller formula simplemente así: un
“neolacanismo” imaginarizado que apunta a barrar al Otro
pero que al hacer del analista un sujeto del inconsciente no
sólo vela sino que realiza una sistemática “ablación”
del deseo del Otro. Se trata de la reducción del
psicoanálisis a la práctica de una ficción
intersubjetiva sin real.[67] [68]
En
una época como la que vivimos, donde todo parece volverse
negociable y donde “todo lo sólido se desvanece en el
aire”[69],
no resulta sorprendente que en el seno del psicoanálisis
surjan retoños acordes al discurso capitalista. Y digo
discurso capitalista en el sentido estricto del término, tal
como Lacan propuso en una oportunidad -en 1972- su escritura.[70]
Pero lo que conviene retener es que ese discurso opera un
rechazo del real analítico, de ese real traumático
constitutivo de la especie humana, de ese vacío estructural
que indicamos diciendo “no hay relación (proporción)
sexual”, es decir, un rechazo del punto de imposibilidad en
la estructura.
No
me parece entonces aventurado sostener que puede
demostrarse una misma lógica discursiva operando en diversas
manifestaciones, tanto dentro como fuera del ámbito
psicoanalítico. Mencionaré -a modo de ejemplo- al menos
cuatro propuestas que pueden reconducirse a dicha lógica.
Por
ejemplo, podemos ubicar entre ellas a la
ocasionalmente llamada “terapia del olvido”. Me
refiero a una noticia publicada el año pasado con el título
“Quieren crear una píldora para borrar los recuerdos
dolorosos”. Allí, tras mencionar que una película había
tratado el tema recientemente –“Eterno resplandor de una
mente sin recuerdos”- se informa que en los USA y en Francia
se iniciaron una serie de investigaciones con voluntarios con
la finalidad de modificar o borrar los recuerdos de
situaciones traumáticas mediante la administración de una
droga, el propranolol. Este tratamiento lleva como nombre
“olvido terapéutico”, y es exactamente el reverso de la
operación freudiana que apunta a recordar para poder
“olvidar”. Si bien parece remota y débil la eficacia e
implementación de este proyecto, lo que me interesa destacar
es la operación que está en juego. Se trata de un intento de
borrar las
marcas de lo real y eliminar, por lo tanto, las respuestas
subjetivas que emergen ante el encuentro con ese real.
Dicho de otro modo, hay una lógica que apunta a eliminar el
campo propio de la intervención analítica, ya que uno de los
nombres de lo real en Freud es, precisamente, el trauma
(el encuentro con lo que no tiene nombre) y allí es
fundamental calibrar la respuesta subjetiva a dicho encuentro.
Dicho con más precisión, el sujeto mismo que se constituye
como respuesta de lo real, es el ámbito ético de la
intervención analítica y, a su vez, el fundamento de la
transferencia.
En
segundo lugar, podríamos ubicar en esta serie a la ocasional
agitación en los medios de comunicación del fantasma del
abuso de transferencia y la promoción de una relación más
igualitaria, menos asimétrica, entre paciente y analista.
Dicho de otro modo, defender los derechos de consumidor del
paciente –supuestamente vulnerable- mediante una vigilancia
médico jurídica.
En
tercer lugar, la promoción de un ideal de “transparencia”
-del cual daría cuenta el “contrato explícito” al inicio
de la cura- que anima a la propuesta “igualitaria” del
intersubjetivismo californiano.
Por
último, las diversas propuestas de las Terapias Cognitivo
Conductuales, que explícitamente abogan por evitar e impedir
el desarrollo de la transferencia.
Lo
problemático es que en este contexto la exaltación de
valores tales como la “verdad”, la “sinceridad”, la
“humanidad”, la “igualdad”, valores dignos en sí
mismos, corren el riesgo de no cumplir para el psicoanálisis
otra función que la de desviar y amortiguar lo que late en el
centro de la condición del sujeto: la inhumanidad de la
Cosa. Ese “factor perturbador” imposible de ser
totalmente reabsorbido y sobre el que Freud alertó en “El
malestar en la cultura”.
Inhumanidad
de lo real que se sitúa no en lo “pre-verbal”, lo “no
verbal” o lo “extra verbal”, sino en una relación de
imposibilidad en el interior[71]
del sistema significante que determina al sujeto, al cual
jamás ninguna “vivencia de encuentro o sentimientos
compartidos”[72]
podría darle acceso.
Entiendo
entonces que las actuales propuestas del “psicoanálisis
intersubjetivo”, que remedan una mueca tardía del
auténtico gesto inaugural de Ferenczi, así como las terapias
cognitivo conductuales, invitan hoy -desde diversos ángulos-
a un borramiento de lo real.
Ante
esto, la garantía que el psicoanálisis puede y debe ofrecer
no es que seremos sinceros y democráticos, ni que
negociaremos los términos del contrato de manera abierta y
recíproca, ni que respetaremos los derechos de consumidor.
La
única garantía, la que podemos y debemos ofrecer, es que no
evaporaremos lo real[73].
[1]
El presente texto resume algunos ejes desarrollados en el
curso que, con el mismo nombre, dictamos en el marco del
Instituto Clínico de Buenos Aires durante el año 2004.
[2]
La Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA),
componente de la Asociación Psicoanalítica Internacional
(IPA), realiza mensualmente Ateneos Científicos a los que
son invitados psicoanalistas de diversas instituciones. El
pasado 15 de noviembre de 2005 fuimos invitados a
participar en uno de ellos, realizado bajo la forma de la
conversación. Este es el texto que en esa oportunidad
ofrecimos con antelación para el debate.
[3]
Lacan, Jacques, “Proposición del 9 de octubre de 1967
acerca del psicoanalista de la Escuela”, en Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, Buenos
Aires, 1987, p. 11.
[4]
Es lo que también se deduce de la concepción freudiana
de la transferencia como “falso enlace” o “falsa
conexión”: la anterioridad lógica de los recuerdos o
representaciones (significantes) a ese efecto que implica
la transferencia.
[5]
En Obras completas
Amorrortu editores, Volumen XII, Argentina, 1980, p. 77 a
176.
[6]
Ob. cit., en Obras completas, AE, Volumen XII,
Argentina, 1980, p. 112.
[9]
Lacan introduce el término en el título de uno de sus
escritos, La
méprise du sujet supossé savoir, traducido entre
nosotros como “La equivocación del sujeto supuesto
saber”. En: Momentos
cruciales de la experiencia analítica,
Manantial, Buenos Aires, 1987, p. 25 a 37.
[10]
Miller, Jacques-Alain, “El analista y los semblantes”,
en De mujeres y semblantes, Cuadernos del Pasador, Argentina,
1993, p. 18/19.
[15]
En
“Psicología de las masas y análisis del yo”, Obras
completas, AE, Volumen XVIII, Argentina, 1979, p. 85.
[16]
Ib., p. 115. (Itálicas nuestras).
[17]
Especialmente
en su Seminario 8,
La Tranferencia, donde muestra como Sócrates puede
hacer del vacío propio de su sujeto –un sujeto ya no
determinado por la articulación significante- un objeto
atractivo, agalmático,
para el otro.
[18]
Ib., p. 116 (Itálicas nuestras).
[19]
Ib., p. 117 (Itálicas nuestras).
[21]
Op.
cit., Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 11.
[22]
Ib. (Itálicas nuestras).
[23]
En
“La dirección de la cura y los principios de su
poder”, Escritos
2, Argentina: Siglo XXI editores, 1987, p. 570.
[24]
Ib., p. 118 (Itálicas nuestras).
[27]
Op. cit., en Obras completas, AE, Volumen XII,
Argentina, 1980, p. 131.
[28]
Seguimos aquí una indicación de Eric Laurent en Entre transferencia y repetición, Atuel, Argentina
1994, p. 33/34.
[29]
Podríamos
ilustrar esta formulación con el algoritmo de la
transferencia propuesto por Lacan en 1967.
[36]
Op. cit., en Obras completas, AE, Volumen XII,
Argentina, 1980, p. 164.
[43]
Esto
se vincula con la objeción de Lacan a la idea de una
“liquidación de la transferencia”. No hay
liquidación de la transferencia, sí destitución o
caída del Sujeto supuesto Saber y transformación de la
transferencia en “transferencia de trabajo”.
[44]
Ib. (Itálicas nuestras).
[45]
En
“Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el
inconsciente freudiano”, Escritos 2, siglo XXI editores, Argentina, 1987, p. 804.
[46]
Ib., p. 169. (Itálicas nuestras).
[47]
Ib., p. 173. (Itálicas nuestras).
[48]
Si bien la traducción propuesta por
López Ballesteros del término alemán Gegenübertragung
como “transferencia recíproca”
nos parece conceptualmente más adecuada,
mantenemos la de “contratransferencia”
por la aceptación que el uso le ha dado.
[49]
Freud, Sigmund, Op. Cit. en Obras
completas, Amorrortu editores, Volumen 11, Argentina,
1979, p. 136. (Itálicas nuestras).
[50]
Por ejemplo, veáse “El Seminario sobre La carta
robada”, Escritos
1, siglo XXI editores, Argentina, 1988,
p. 51 y 52: “... demostrar a nuestros oyentes lo que
distingue de la relación dual implicada en la
noción de proyección a una intersubjetividad
verdadera ...” (y) “... el callejón sin salida
que comprende toda intersubjetividad puramente dual
...” (Itálicas nuestras).
[51]
Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 8,
La transferencia, (1960-1961), Paidós,
Argentina, 2003, p. 11.
[52]
Lacan, Jacques, “Proposición del 9 de Octubre de 1967
sobre el Psicoanalista de la Escuela”, en Momentos cruciales de la
experiencia analítica, Manantial, Buenos
Aires, 1987, p.11.
[53]
Fundamento que, de manera extrema, ya estaba presente en
el “análisis mutuo” de Ferenczi: la identificación
con el analizante.
[54]
Op. cit. El Seminario, Libro 8,
La transferencia, (1960-1961), Paidós,
Argentina, 2003, p. 227 y 352.
[55]
Michels, Robert, “La psychanalyse aux ëtats-Unis à
l’aube du XXI siècle”, en Revue
Française de Psychanalyse – Courants de la psychanalyse
contemporaine, PUF, París, 2001, p.
143-150.
[57]
Ogden, Thomas H., “Travailler à la frontière du
rêve”, en Revue
Française de Psychanalyse – Courants de la psychanalyse
contemporaine, p. 133 – 142.
[58]
Renik, Owen, “Buts cliniques et terrain commun en
psychanalyse”, en Revue Française de
Psychanalyse – Courants de la psychanalyse contemporaine,
p. 11-119.
[59]
Renik, Owen, “L’ideal de l’analyste anonyme et le
problème de la déclosion”, en Ornicar?,
Revue du Champ freudien, n. 51, Navarin,
2004, p. 61 – 86.
[60]
Ib., p. 70. (Traducción nuestra).
[61]
Ib., p. 86. Una perspectiva similar sigue el “Grupo de
Estudios del Proceso de Cambio” de Boston, donde Daniel
Stern y col. proponen un más allá de la interpretación
que consiste en “momentos” de auténtica conexión de
“persona a persona”, más allá de la verbalización,
entre paciente y analista, que conducirían a
una real mutación terapéutica. “Mecanismos no
interpretativos en la terapia psicoanalítica. El “algo
más” que la interpretación”, International
Journal of Psycho-Analysis, 1998, vol. 79, p. 903.
[62]
Resulta sorprendente que estos párrafos retornen de
manera casi idéntica en un texto sobre “la
colaboración y la transparencia” en las terapias
comportamentales. Cf. Van Rillaer, Jacques, Les
therapies comportementales, Francia: Bernet-Danilo,
abril, 2002, p. 39.
[63]
Laurent, Eric, “Saber de la contratransferencia y saber
del inconsciente”, en La práctica analítica,
Colección Orientación Lacaniana, nro. 12, EOL-Paidós,
2003, p. 47-113.
[64]
Ib., nota 58, p. 79.
[67]
Miller, Jacques-Alain, Curso de la Orientación Lacaniana
(2001-2002), Le
désenchantement de la psychanalyse, clase del 30 de
enero de 2002, inédito.
[68]
Podría
responderse a esta tentación de borrar la opacidad de lo
real que anima la propuesta de “autodevelamiento” del
intersubjetivismo norteamericano, con algunos párrafos de
Freud en “Consejos al médico sobre el tratamiento
psicoanalítico”, Obras
completas, AE, Volumen XII, p. 117.
[69]
Berman, M, Todo lo sólido se desvanece en
el aire, sigloXXIeditores,
México, 1989.
[70]
Podremos desarrollarlo durante la conversación.
[71]
De “extimidad”, para ser más precisos.
[72]
Ver artículo citado en nota 58.
[73]
Op. cit. En nota 62.