Caso 1: El caminante o el circuito pulsional de un sujeto
En
el deslizamiento que produce la intervención de la analista
desde “la práctica” a la pregunta:¿qué practica Ud.?, el
verbo destaca la satisfacción implicada en el asunto. El
trabajo, el goce desarrollado en la acción de ir en busca del
objeto. El verbo es lo que se despliega en el circuito pulsional.
La pulsión entonces, se presentifica en el verbo. A veces también
en el adjetivo, como por ejemplo “mirón” en el caso.
Es
un rasgo notable de esa intervención, los efectos que tuvo.
Dos
de estos casos que discutimos piden a su a analista que no le
quite la satisfacción obtenida en el síntoma: “no me quite
mis caminatas, sólo la culpa y la angustia de que puedan verme
mis hijas”.
En
el caso de Tania también el sujeto pide expresamente: “no me
cure de mis auto acusaciones, son las que me mantienen ligado a
la realidad”. Tanto son su partenaire, este síntoma de los
pensamientos acusatorios, que no quiere dejarlos. Lo que no
sabe, es la satisfacción que conllevan. Y esa es la verdadera
dificultad que tiene el analista con un obsesivo: venir a ser su
partenaire, compitiéndole el puesto a los pensamientos.
Pero
volvamos al caminante: cada vez que leo el caso no puedo evitar
preguntarme: ¿cuál es la ganancia para el sujeto del nuevo
circuito pulsional que arma a partir de su análisis?. Pienso
que vale la pena hacerse el planteo.
Llamaremos
primero al circuito en bruto, el que trae el paciente al
acercarse al analista: busca a la mujer de la que puede recortar
el objeto, un pedazo de espalda -en la mujer esbelta y joven. La
analista rastrea después esas condiciones, inscriptas en la
transmisión paterna: el padre que encuentra a su mujer a través
del ojo de la cerradura.
El
circuito 2 es el circuito que la analista interpreta como el
“cazador- cazado”. Una mujer se da vuelta y lo reduce a la
función de la mancha: el objeto lo mira, como la lata de
sardinas mira a Lacan joven, en el cuadro de los pescadores, y
lo incomoda. El resultado es la angustia.
El
circuito 3: es el circuito final, producto del análisis, en
cierta medida: el objeto ya no tiene que salir a buscarlo en las
caminatas. Hay una a la que ama, que lo lleva. Y más aún, le
sostiene el fantasma, ya que le demanda “practicar” bajo la
forma de juego erótico. Por supuesto la analista nos advierte
del resto: no camina, pero navega, por Internet.
Mi
cuestión apunta a eso: ¿cómo justificamos nuestra intervención?.
A nivel de la satisfacción el sujeto viene con su goce bajo el
brazo. Lo que cambia es que ya no sale a buscar distintas
portadoras de ese objeto, portadoras furtivas. Ahora ese goce
está enredado con el amor, hay una que lleva puesto la causa de
su goce. ¿ Cuál es pues la ventaja en esto?.
Caso 2: Dr. Jeckil y Mr. Hide, o la introducción de
una nueva curación
Se
puede decir que este sujeto viene no sólo con su goce bajo el
brazo – como todos vamos…- sino viene también con su solución.
Si las auto-acusaciones son su partenaire – como para
solicitarle a su analista que no se las quite- la droga es su
intento de curación: con ella adormece los auto reproches por
un rato. Luego, el síntoma tiene sus filtraciones, sus fallas y
se relanza el circuito infernal: con la droga vienen las
acciones violentas, la ruptura de los lazos y se redoblan las
auto-acusaciones. Pero lo menos que podemos decir es que es una
estructura consistente, sólida. Si el caminante despliega su
circuito pulsional, Dr. Jeckil- Mr. Hide muestra además su síntoma
y su solución (sintomática). Todo cierra. Salvo que una
analista se le interpone en el camino. Tania no da detalles de cómo
llega, si es un caso que ve en su consultorio o en una institución.
Parece que cada vez que él quiere dar un portazo, ella pone un
pie, una traba, la puerta que está siempre presta a cerrarse,
no lo hace, un poco más de análisis: hay que ponerlo a la
cuenta del deseo del analista.
Es
muy interesante la forma en que la analista lo escribió, como
ella muestra sus intervenciones. Ningún caso es sin ellas por
supuesto, pero Tania tuvo una generosidad especial en
desplegarlas, incluso a veces en detallar qué la movió a
intervenir de tal o cual manera. Es un rasgo distintivo de su
presentación. Eso me gustó mucho. Por ejemplo nos escribe que
le pregunta esto o aquello porque quiere saber si se trata de
una identificación al padre. Separa – dice- el semblante
masculino, la mascarada masculina – que apunta a la posición
sexuada- de la neurosis obsesiva.
Creo
que este caso responde en parte, a mi pregunta de hace un rato.
Cómo resolver el problema de la dirección de la cura en la
neurosis obsesiva, de competir con las auto-acusaciones, como
serrucharles el piso1. Cómo venir al lugar del
pensamiento del paciente, tan erotizado siempre y que tantas
satisfacciones le da, cómo venir a entablar una relación nueva,
un lazo con el analista. Es un problema este que cada uno
resuelve todos los días en su consultorio, pero es una
particularidad en la cura de los obsesivos.
Esta
es una transferencia que tiene la modalidad de la mosca en la
oreja: molesta. Quiere dormir, ella lo despierta, quiere
drogarse… bueno, no se lo prohíbe, pero le pide que no lo
haga. Quiere ser proveedor, ok… a condición de que sea un
semblante masculino y para eso hay que separarlo de la deuda con
el padre.
Caso 3: El voyeur y la muerte o del circuito de la
angustia al puerto del amor.
Otra
vez otro circuito. Ahora, uno que tiene como motor a la
angustia, está armado para poner a raya la angustia. Casi a la
manera del pequeño Hans, de un fóbico. Evitar los espacios
abiertos. Como en un mapa, marcar en el recorrido la presencia
de las farmacias, que lo orientan, lo tranquilizan.
Más
adelante, ya avanzado el análisis, recorre las calles con una
pastilla en el bolsillo, no para tomarla… más bien para poner
una escansión al trayecto. Es un circuito de la angustia y su
solución. Digo casi a la manera de un fóbico, porque es un
punto problemático del caso, el diagnóstico. Sobre eso quiero
pedir su opinión a Roger.
Pero
ya tenemos a las pocas líneas del comienzo del caso una
pregunta “estrafalaria” – dice de ella el analista- ¿”qué
deviene el sexo en erección de los ahorcados… se pudre también?”.
En
este paciente llamado Simón hay un punto en común con el
caminante de Susana Amado. Es el rasgo de perversión que será
recortado por el análisis, el objeto del cuerpo del otro está
recortado: al sujeto no le importan esos hombres, lo que cuenta
es el objeto que porta, el pene en erección.
Hay
que hacer una salvedad - Habría un punto cero del caso, el
punto de llegada- estos encuentros vienen después de una
ruptura amorosa, una pérdida, aquella que desata la angustia.
Un
rasgo precioso: están aislados dos recuerdos que muestran el
momento de la insondable decisión del sujeto en la orientación
de su goce sexual. Aquellos que señalan el malestar del sujeto
al ver- entrever el cuerpo de la madre y el escote de la tía.
Si
nos atenemos al pie de la letra del paciente, su padre no merece
el respeto: es casi textual la cita de Lacan. Un padre que no
está perversamente orientado por la madre, no merece el amor ni
el respeto del hijo. No
hay amor al padre: ¿Qué consecuencias tiene esto para el
sujeto? Dos casos, este y el del ilustre abogado, doctor en
Derecho de Familia y Filiación, nos hacen dudar de los
instrumentos que poseen para valerse del padre, ni hablar de
servirse de él… parece. No hay allí por dónde buscar. Pero
en el caso de Simón la dimensión del amor no está ausente.
Hay una estabilización por la vía del partenaire que lo
refleja como un ser amable, deseable, posible de ser amado.
Como
el caminante, el amor se enreda ahora con el goce, dándole otra
dignidad a la vida del sujeto.
Nota
-
Es una expresión coloquial para decir que se le arrebata el
lugar, por la fuerza.
Texto recebido em: 30/10/2007
Aprovado em: 15/01/2008
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