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 El voyeur y la muerte1

 



Roger Cassin
Psiquiatra

Doctor en Medicina y CES en Psiquiatría por la Universidad de Rennes
Interno del Centro Hospitalar Especializado en Psiquiatría de Rennes
Director del Gabinete de auxilio Psicológico Universitario de Rennes
Psicoanalista
Miembro de la École de La Cause Freudienne/Paris

cassin.roger@wanadoo.fr

cassin@numericable.fr

 

Resumo

El texto presenta un caso clínico de agorafobia en un hombre. La crisis apareció cuando él se preparaba para hacer un viaje con su pareja al país natal de su familia. En aquel momento la pareja atravesaba por una crisis y lo deja. El autor nos muestra, por medio de la historia del sujeto, que la rotura de la vida amorosa tiene como consecuencias el surgimiento de un goce perverso, una actividad voyerista: mirar a quienes portan el pene erecto. Pero el pene fetichizado comporta una trampa. Lo que Simón mira en el Otro, en el ojo del partenaire que dice amar, es i(a), se mira a sí mismo como un ser deseable, susceptible de ser amado.

Palabras-clave: psicoanálisis, fetiche, objeto a, caso clínico, agorafobia

 

   
 

 

The Voyeur and the death

Abstract

This article presents a clinical case of agoraphobia. The crisis appeared when he was getting ready for a trip with his partner to his family's homeland. Due to a crisis in the relationship his partner  decides to leave him. The rupture in his love life has as a consequence the dawn of perverse joy, a voyeur activity: stare at the ones who show their erect penis. However, the fetish penis holds a trap. What Simon sees in the Other, in the eye of the partner he says he loves is i(a), sees himself as a desired being, able to be loved.

Key words: psychoanalysis, voyeurism, fetish, object a, agoraphobia.

 


Simón sufre de agorafobia. Sus trayectos son muy limitados. Cuando se dirige al trabajo o a mi consultorio se angustia mucho. Calcula su recorrido orientándose gracias a las farmacias que puntúan su circuito. Evita atravesar las plazas y demás espacios abiertos.

Esta “angustia de la calle” apareció por primera vez justo cuando Simón se preparaba para hacer un viaje con su pareja al país natal de su familia. En aquel momento la pareja atravesaba por una crisis. Su compañero lo deja. Simón se queda muy dolido. El amaba a este hombre. Su relación había durado muchos años.

¿Se trata de un miedo a morir en la calle?

Simón teme una crisis cardiaca y suele consultar a distintos médicos. Piensa con frecuencia en la muerte. El SIDA ha hecho múltiples estragos entre sus amigos. Tiene pocas aventuras, pero su ex compañero era más voluble. El devenir de los cadáveres le preocupa y preferiría ser incinerado.

Una pregunta estrafalaria le asalta: “¿Qué deviene el sexo en erección de los ahorcados… se pudre también”?

Aquello a lo que Simón teme por sobre todas las cosas es a desmayarse en público. ¿Qué sería de él, de su cuerpo?

Más adelante, Simón evocará un recuerdo de infancia: sus camaradas jugaban a perseguir y a atrapar a uno del grupo. La víctima era desvestida en público. El día que le tocó su turno, Simón simuló un desmayo, estrategia que le permitió escapar al suplicio.

Luego de su ruptura amorosa, su vida sexual (tema que aborda con discreción) consiste en encuentros anónimos que tienen lugar en ciertos bosques a horas tardías. Dichas citas obedecen a una condición: los implicados no se han visto antes y se separan justo después.

Más adelante, Simón afina esta actividad que se convierte en una práctica voyerista2: mirar, mirar a hombres en actividad sexual, o mejor dicho, mirar penes en erección. Su goce se fija en la visión del pene erecto, fascinación que lo cautiva.

Simón insiste en lo poco que esos hombres le interesan, la única emoción que siente es efecto de la visión de penes erectos. Aquel que porta el órgano le es indiferente.

Sin embargo, el Otro está presente para este voyeur; el Otro que podría surgir sorprendiéndolo en su actividad voyerista: mirar pero furtivamente puesto que ello podría disgustar a quienes portan el pene erecto, víctimas del voyerismo de Simón, quien teme la violencia de las posibles represalias a su acto.

En la calle, Simón se mantiene en “la dependencia de lo visible respecto a aquello que nos pone bajo el ojo del vidente”3.

La fijación del goce perverso: mirar el pene a hurtadillas se convierte en angustia y cuando, estando en la calle Simón accede a ser visto se encuentra bajo la mirada del Otro. Es en ese instante preciso que podría desmayarse y entonces surge la pregunta: ¿qué sería de él, de su cuerpo?

¿El desmayo es el signo del peligro que conlleva para él miedo a ser desvestido? ¿La exposición a cielo abierto de su propio pene al desnudo sería el envés horrible de la pulsión que lo lleva a mirar el pene de desconocidos?

Simón, que se había hecho mirada para el Otro podría encontrarse en posición de ser ofrecido, él, a la mirada del Otro.

 

Al término de sus estudios Simón comenzó a trabajar para una dependencia del Estado. Se mantuvo más de diez años en el mismo puesto. Dice no tener ambición alguna. Es discreto y desea pasar desapercibido, cosa que logra con facilidad.

Pone mucha atención en mantener secreta su orientación sexual en el ámbito laboral.

Fuera de su entorno profesional tiene una vida social satisfactoria. Valora en especial la amistad con las mujeres de quienes aprecia la compañía, la gracia y la belleza.

De niño fue muy cercano a su madre. Su padre decía de él que estaba siempre pegado a las faldas de su madre.

Simón evoca un recuerdo de infancia que lo perturba: adivina el cuerpo de su madre bajo el efecto revelador de un vestido de verano visto a contra luz.

Presenta a su padre como aquel que le prohibió el placer propio a los momentos de intimidad compartidos con su madre.

Evoca también un recuerdo de la adolescencia. De vacaciones en casa de una tía, un día descubre el atractivo escote de ésta que le causó une efecto de malestar. Ante la mezcla de incomodidad y confusión el regreso anticipado a su casa fue un alivio.

Aunque siente cariño por su madre prefiere evitar su presencia. La llama, le escribe pero elude las visitas.

Una amiga, su vecina (bastantes años mayor que él) lo recibe a comer con frecuencia. Dicha hospitalidad lo reconforta y calma su ansiedad.

Simón sabe desde siempre que es homosexual. Desde los seis o siete años su padre lo trataba de “mujercita” o de “verdadera nena” haciendo referencia a sus modales afeminados. Odia a este padre que lo despreciaba.

Hará alusión a los pleitos conyugales de sus padres: su padre insultaba y golpeaba a su madre hasta el punto de tirarla al suelo y continuar golpeándola. Simón hubiera querido intervenir, hubiera tenido que defenderla pero le tenía demasiado miedo a su padre. La pareja acabó por separarse. El hijo no tiene ninguna relación con el padre.

Un recuerdo de su padre le persigue y le asombra: la familia se encontraba de vacaciones en la playa. Algunos hombres musulmanes miran desde el acantilado a las mujeres presentes. Después de retarlos para que se vayan, el padre con un gesto violento les muestra su sexo, sin duda en señal de insulto.

El análisis de Simón avanza poco a poco. Sus trayectos urbanos son menos angustiantes. Pero algo resiste: le es imposible viajar, actividad predilecta en el pasado. Trata de limitar la carga de ansiedad mediante el hecho de traer siempre consigo un antidepresivo prescrito por uno de los múltiples médicos en una de sus numerosas consultas. Nunca lo toma pero lo carga “por si acaso”.

La muerte de su padre, quien imputándole su elección sexual lo redujo al estatuto de deshecho, vino asociada a una cierta tristeza. Simón dudó en ir al entierro acompañado y finalmente decidió no asistir. Según dice, no tiene ninguna obligación hacia “ese hombre que no merece respeto”.

Poco tiempo después, mediante un despertar del deseo la carga de angustia se diluye. Simón se enamora de un hombre formidable: buen mozo, alegre, sociable. Un seductor. Esta relación reduce la necesidad de su actividad voyeurista. Sabe que este cambio obedece a lo que encontró en esta presencia; le gusta charlar con este hombre, le gusta desear su deseo, mirarlo a él y no a un pene anónimo.

Esta relación será bastante breve pero la desaparición de la agorafobia se mantendrá. Vuelve a viajar. “Yo sé que hay eso”, dice. “Eso” es el deseo del Otro.

Conoce a otro hombre que lo desea. Encuentra en sus partenaires algo nuevo, un punto distinto a la trampa del pene fetichizado como rasgo perverso. Sin embargo, algo del goce de la mirada se mantiene inborrable. Lo que Simón mira en el Otro, en el ojo del partenaire que dice amar es i(a), se mira a sí mismo como un ser deseable, susceptible de ser amado4.

Poco después decidirá presentar los exámenes necesarios para subir de grado en la jerarquía de su trabajo.

La fijación del goce perverso tiene lugar en la escena de la playa; la exhibición paterna del pene a la mirada de otros hombres. Este episodio se conjuga con otra visión, la de aquello que percibió, a contra luz a través del vestido de su madre y que constituye el punto de negación.

Ese padre del desprecio y del estrago fue incapaz de transmitir la humanización del deseo. En el imaginario, en lugar de la huella de lo vivo, de la falta –φ, del significante del deseo, quedó inscrito φ0, le falo muerto (Miller, 1988, p. 28-31) que Simón evoca al interrogar el destino del pene de los ahorcados.

Simón recupera ese φ0 presentificado bajo la forma de un pene entrevisto en medio de los arbustos. Pene que, en la brevedad del instante escapa a la deshinchazón y evita la caída.

El deseo, al contrario, sería la aceptación del carácter evanescente de la mirada como objeto a5.

La muerte del padre y, más allá de ésta, la decisión de Simón de no rendir homenaje a ese muerto que no merece su respeto, permite una separación de la presencia del “falo perdido de Osiris embalsamado”.

El agujero de φ0 no puede ser colmado pero Simón puede ahora hacer de un semejante su partenaire.

 

Nota

  1. Proposición de intervención para el VI Congreso de la AMP.

  2. “L’œil et le regard, telle est pour nous la schize dans laquelle se manifeste la pulsion au niveau du champ scopique” (Lacan, 1964, p. 70).

  3. “[...] Ce qu’il s’agit de cerner […] C’est la préexistence d’un regard- je ne vois que d’un point, mais dans mon existence je suis regardé de partout” (Lacan, 1964, p. 69).

  4. “[…] le regard de ma partenaire, car ce regard me reflète et, pour autant qu’il me reflète, il n’est que mon reflet, buée imaginaire” (Lacan, 1962-63, p. 293).

  5. “Dans la mesure ou le regard, en tant qu' objet a, peut venir à symboliser le manque central exprimé dans le phénomène de la castration et qu’il est un objet réduit, de par sa nature, à une fonction punctiforme, évanescente –il laisse le sujet dans l’ignorance de ce qu’il y a au-delà de l’apparence” (Lacan, 1964, p. 73).

 

 

Referencias bibliográficas

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Lacan, J. (1962). Kant con Sade. In: Escritos 2. México: Siglo Veintiuno Ed., 1989, p. 744-770.

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Mauricio, T. (2007) Sintoma e Nome-do-Pai. In: Opção Lacaniana. São Paulo: Eólia, n. 50,  p. 362-365.

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Miller, J.-A. (1988) Sur le Gide de Lacan (transcription de quatre séances du séminaire de D.E.A.). In: La Cause freudienne. Paris: Seuil, n. 25, 1993, p. 28-31.

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Solano-Soarez, E. (2007). Gozo e Nome-do-Pai. In: Opção Lacaniana. São Paulo: Eólia, n. 50, p. 168-171.  

 

Texto recebido em: 24/10/2007.

Aprovado em: 18/12/2007.