Simón
sufre de agorafobia. Sus trayectos son muy limitados. Cuando se
dirige al trabajo o a mi consultorio se angustia mucho. Calcula
su recorrido orientándose gracias a las farmacias que puntúan
su circuito. Evita atravesar las plazas y demás espacios
abiertos.
Esta
“angustia de la calle” apareció por primera vez justo
cuando Simón se preparaba para hacer un viaje con su pareja al
país natal de su familia. En aquel momento la pareja atravesaba
por una crisis. Su compañero lo deja. Simón se queda muy
dolido. El amaba a este hombre. Su relación había durado
muchos años.
¿Se
trata de un miedo a morir en la calle?
Simón
teme una crisis cardiaca y suele consultar a distintos médicos.
Piensa con frecuencia en la muerte. El SIDA ha hecho múltiples
estragos entre sus amigos. Tiene pocas aventuras, pero su ex
compañero era más voluble. El devenir de los cadáveres le
preocupa y preferiría ser incinerado.
Una
pregunta estrafalaria le asalta: “¿Qué deviene el sexo en
erección de los ahorcados… se pudre también”?
Aquello
a lo que Simón teme por sobre todas las cosas es a desmayarse
en público. ¿Qué sería de él, de su cuerpo?
Más
adelante, Simón evocará un recuerdo de infancia: sus camaradas
jugaban a perseguir y a atrapar a uno del grupo. La víctima era
desvestida en público. El día que le tocó su turno, Simón
simuló un desmayo, estrategia que le permitió escapar al
suplicio.
Luego
de su ruptura amorosa, su vida sexual (tema que aborda con
discreción) consiste en encuentros anónimos que tienen lugar
en ciertos bosques a horas tardías. Dichas citas obedecen a una
condición: los implicados no se han visto antes y se separan
justo después.
Más
adelante, Simón afina esta actividad que se convierte en una práctica
voyerista2: mirar, mirar a hombres en actividad
sexual, o mejor dicho, mirar penes en erección. Su goce se fija
en la visión del pene erecto, fascinación que lo cautiva.
Simón
insiste en lo poco que esos hombres le interesan, la única
emoción que siente es efecto de la visión de penes erectos.
Aquel que porta el órgano le es indiferente.
Sin
embargo, el Otro está presente para este voyeur; el Otro que
podría surgir sorprendiéndolo en su actividad voyerista: mirar
pero furtivamente puesto que ello podría disgustar a quienes
portan el pene erecto, víctimas del voyerismo de Simón, quien
teme la violencia de las posibles represalias a su acto.
En
la calle, Simón se mantiene en “la dependencia de lo visible
respecto a aquello que nos pone bajo el ojo del vidente”3.
La
fijación del goce perverso: mirar el pene a hurtadillas se
convierte en angustia y cuando, estando en la calle Simón
accede a ser visto se encuentra bajo la mirada del Otro. Es en
ese instante preciso que podría desmayarse y entonces surge la
pregunta: ¿qué sería de él, de su cuerpo?
¿El
desmayo es el signo del peligro que conlleva para él miedo a
ser desvestido? ¿La exposición a cielo abierto de su propio
pene al desnudo sería el envés horrible de la pulsión que lo
lleva a mirar el pene de desconocidos?
Simón,
que se había hecho mirada para el Otro podría encontrarse en
posición de ser ofrecido, él, a la mirada del Otro.
Al
término de sus estudios Simón comenzó a trabajar para una
dependencia del Estado. Se mantuvo más de diez años en el
mismo puesto. Dice no tener ambición alguna. Es discreto y
desea pasar desapercibido, cosa que logra con facilidad.
Pone
mucha atención en mantener secreta su orientación sexual en el
ámbito laboral.
Fuera
de su entorno profesional tiene una vida social satisfactoria.
Valora en especial la amistad con las mujeres de quienes aprecia
la compañía, la gracia y la belleza.
De
niño fue muy cercano a su madre. Su padre decía de él que
estaba siempre pegado a las faldas de su madre.
Simón
evoca un recuerdo de infancia que lo perturba: adivina el cuerpo
de su madre bajo el efecto revelador de un vestido de verano
visto a contra luz.
Presenta
a su padre como aquel que le prohibió el placer propio a los
momentos de intimidad compartidos con su madre.
Evoca
también un recuerdo de la adolescencia. De vacaciones en casa
de una tía, un día descubre el atractivo escote de ésta que
le causó une efecto de malestar. Ante la mezcla de incomodidad
y confusión el regreso anticipado a su casa fue un alivio.
Aunque
siente cariño por su madre prefiere evitar su presencia. La
llama, le escribe pero elude las visitas.
Una
amiga, su vecina (bastantes años mayor que él) lo recibe a
comer con frecuencia. Dicha hospitalidad lo reconforta y calma
su ansiedad.
Simón
sabe desde siempre que es homosexual. Desde los seis o siete años
su padre lo trataba de “mujercita” o de “verdadera nena”
haciendo referencia a sus modales afeminados. Odia a este padre
que lo despreciaba.
Hará
alusión a los pleitos conyugales de sus padres: su padre
insultaba y golpeaba a su madre hasta el punto de tirarla al
suelo y continuar golpeándola. Simón hubiera querido
intervenir, hubiera tenido que defenderla pero le tenía
demasiado miedo a su padre. La pareja acabó por separarse. El
hijo no tiene ninguna relación con el padre.
Un
recuerdo de su padre le persigue y le asombra: la familia se
encontraba de vacaciones en la playa. Algunos hombres musulmanes
miran desde el acantilado a las mujeres presentes. Después de
retarlos para que se vayan, el padre con un gesto violento les
muestra su sexo, sin duda en señal de insulto.
El
análisis de Simón avanza poco a poco. Sus trayectos urbanos
son menos angustiantes. Pero algo resiste: le es imposible
viajar, actividad predilecta en el pasado. Trata de limitar la
carga de ansiedad mediante el hecho de traer siempre consigo un
antidepresivo prescrito por uno de los múltiples médicos en
una de sus numerosas consultas. Nunca lo toma pero lo carga
“por si acaso”.
La
muerte de su padre, quien imputándole su elección sexual lo
redujo al estatuto de deshecho, vino asociada a una cierta
tristeza. Simón dudó en ir al entierro acompañado y
finalmente decidió no asistir. Según dice, no tiene ninguna
obligación hacia “ese hombre que no merece respeto”.
Poco
tiempo después, mediante un despertar del deseo la carga de
angustia se diluye. Simón se enamora de un hombre formidable:
buen mozo, alegre, sociable. Un seductor. Esta relación reduce
la necesidad de su actividad voyeurista. Sabe que este cambio
obedece a lo que encontró en esta presencia; le gusta charlar
con este hombre, le gusta desear su deseo, mirarlo a él y no a
un pene anónimo.
Esta
relación será bastante breve pero la desaparición de la
agorafobia se mantendrá. Vuelve a viajar. “Yo sé que hay eso”,
dice. “Eso” es el deseo del Otro.
Conoce
a otro hombre que lo desea. Encuentra en sus partenaires algo
nuevo, un punto distinto a la trampa del pene fetichizado como
rasgo perverso. Sin embargo, algo del goce de la mirada se
mantiene inborrable. Lo que Simón mira en el Otro, en el ojo
del partenaire que dice amar es i(a), se mira a sí mismo
como un ser deseable, susceptible de ser amado4.
Poco
después decidirá presentar los exámenes necesarios para subir
de grado en la jerarquía de su trabajo.
La
fijación del goce perverso tiene lugar en la escena de la playa;
la exhibición paterna del pene a la mirada de otros hombres.
Este episodio se conjuga con otra visión, la de aquello que
percibió, a contra luz a través del vestido de su madre y que
constituye el punto de negación.
Ese
padre del desprecio y del estrago fue incapaz de transmitir la
humanización del deseo. En el imaginario, en lugar de la huella
de lo vivo, de la falta –φ, del significante del deseo,
quedó inscrito φ0, le falo muerto (Miller,
1988, p. 28-31) que Simón evoca al interrogar el destino del
pene de los ahorcados.
Simón
recupera ese φ0 presentificado bajo la forma de un pene
entrevisto en medio de los arbustos. Pene que, en la brevedad
del instante escapa a la deshinchazón y evita la caída.
El
deseo, al contrario, sería la aceptación del carácter
evanescente de la mirada como objeto a5.
La
muerte del padre y, más allá de ésta, la decisión de Simón
de no rendir homenaje a ese muerto que no merece su respeto,
permite una separación de la presencia del “falo perdido de
Osiris embalsamado”.
El
agujero de φ0 no puede ser colmado pero Simón puede ahora
hacer de un semejante su partenaire.
Nota
-
Proposición
de intervención para el VI Congreso de la AMP.
-
“L’œil
et le regard, telle est pour nous la schize dans laquelle se
manifeste la pulsion au niveau du champ scopique” (Lacan,
1964, p. 70).
-
“[...]
Ce qu’il s’agit de cerner […] C’est la préexistence
d’un regard- je ne vois que d’un point, mais dans mon
existence je suis regardé de partout” (Lacan,
1964, p. 69).
-
“[…]
le regard de ma partenaire, car ce regard me reflète et,
pour autant qu’il me reflète, il n’est que mon reflet,
buée imaginaire” (Lacan,
1962-63, p. 293).
-
“Dans
la mesure ou le regard, en tant qu' objet a, peut venir à symboliser le manque
central exprimé dans le phénomène de la castration et
qu’il est un objet réduit, de par sa nature, à une
fonction punctiforme, évanescente –il laisse le sujet
dans l’ignorance de ce qu’il y a au-delà de
l’apparence” (Lacan,
1964, p. 73).
Referencias
bibliográficas
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Jorge Zahar Ed., 2005.
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(1964) O Seminário.
Livro 11: os quatro conceitos fundamentais da psicanálise.
Rio de Janeiro: Jorge Zahar Ed., 1988.
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Merlet,
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Paulo: Eólia, n. 50, p.
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Seuil, n. 25, 1993, p. 28-31.
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(1996-97) A teoria
do parceiro. In: EBP (2000) Os circuitos do desejo na vida e
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(1997-98). Uma partilha sexual. In: Clique. Revista dos
Institutos Brasileiros de Psicanálise do Campo Freudiano. MG:
Instituto de Saúde Mental de Minas Gerais, n. 2, p. 12-29, ago.
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Solano-Soarez,
E. (2007). Gozo e Nome-do-Pai. In: Opção Lacaniana. São
Paulo: Eólia, n. 50, p. 168-171.
Texto
recebido em: 24/10/2007.
Aprovado
em: 18/12/2007.
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