A
pesar de las dificultades, o precisamente por ellas, era la
primer entrevista que M tenía con una analista mujer. La
dificultad: cierto pudor, cierta incomodidad, cierta vergüenza
para relatar—casi podríamos decir confesar—aquello que M
llamaba “su práctica”.
-
¿Qué practica Ud.?
Pregunto.
La
transformación del sustantivo en verbo es lo que M considera
como la acción que permite convertir su dificultad en apuesta
de un espacio analítico. La interrogación que acentúa el
verbo enmarca para él cierta práctica deportiva, en el sentido
de la sustitución permanente de los cuerpos o un cierto hobby
en el sentido de la colección que M denomina: las
caminatas.
En
efecto, los primeros años del análisis transcurren a través
de la irrefrenable compulsión de aquellas caminatas furtivas
que lo precipitan en una encrucijada inapelable. El conflicto de
M era no querer curarse de la compulsión debido al placer que
le procuraba, pero si liberarse de la culpa y la angustia que lo
cercaban.
El
conflicto también se duplica en la monotonía de sus días. Por
un lado un hombre formal, trabajador, con una familia bien
constituida como se dice, y dos hijas adolescentes que
completaban la armonía de la escena familiar. Sin embargo
aquella misma armonía se derrumbaba en un segundo, frente al
insistente idea de que sus hijas pudieran observarlo o tal vez
sorprenderlo en el instante cierto de sus prácticas caminantes.
Las
caminatas consistían en un largo recorrido –casi escribo
circuito- que podía consumir varios kilómetros en busca de un
objeto: una mujer. Una vez hallada el deporte se convierte en
hobby. Recorta algo en la espalda de su silueta, escotomiza la
cara, pero la figura debe ser esbelta y joven. Se acerca por
detrás a aquella figura sin cara y le susurra frases eróticas
y obscenas. Cuando da en el blanco y logra impactar o incomodar
a la escogida, la postura se rompe y retorna a su casa a
masturbarse.
M
localiza el origen de aquella satisfacción en la temprana
infancia. Recuerda algunas escenas. Una, debajo de la mesa,
aproximadamente a los siete años, jugando a los soldaditos,
mira a la empleada de la casa -una joven muy linda- a quien
recuerda haberle mostrado sus genitales. La repetición del
juego despierta las dos condiciones de la escena de las
caminatas: inquietud y perplejidad en la joven y una profunda
satisfacción en él al percibir su erección. El juego
finalmente se ve interrumpido cuando la madre lo sorprende en la
escena masturbándose. Así, tempranamente la masturbación se
inscribe como marca de su goce frente a la perplejidad del otro.
Esta
escena abre las puertas de un recuerdo anterior que relata con
mucha dificultad. Se trata de un juego incestuoso, cuando niño,
con su hermana tres años mayor. El juego consistía en que él
debía permanecer absolutamente quieto en su cama mientras su
hermana lo masturbaba hasta lograr una erección. Su inmovilidad
debía concluir el juego masturbatorio con el reconocimiento de
que M era -cito- “el perrito”. Demás está decir que estos
juegos permanecían en el más estricto secreto. Me sirvo de la
frase y digo: “en las caminatas saca a pasear al perrito”.
Responde que nunca había pensado que esos juegos habían
marcado tanto su camino, en cuanto nunca pudo renunciar
definitivamente a aquella satisfacción.
En
una ocasión solicita una sesión urgente. Estaba profundamente
angustiado. Luego de un largo recorrido encuentra una mujer.
Despliega el ritual habitual, pero la mujer interrumpe el
circuito, se da vuelta y lo interpela: “ahora me toca a mí
divertirme un poco”. Nunca supo que clase de mujer era, huyó
despavorido de la escena. Digo: “cazador, cazado”.
El
circuito se completa invirtiendo el sentido de su trayecto escópico.
La mirada que profiere obscenidades es capturada, el ojo se
funde en un objeto, ahora en cambio es el objeto quien mira al
ojo. Como olvidar aquí la frase de “Kant con Sade” (Lacan,
1962): el perverso saca las consecuencias de la no reciprocidad.
El
goce de capturar la mirada esconde su reverso. De producir con
la voz la división en el otro, para hacer surgir la mirada en
ese campo, a soportar los efectos al quedar violentamente
atrapado por el goce del otro. El sujeto es mancha, es tocado,
desprovisto del velo con el que intenta velar la falta del Otro
(Lacan, 1964).
En
el voyeurismo el sujeto se satisface mirando a un compañero
tomado como objeto en su identificación con él. El
exhibicionismo a su vez, incluye el hecho de mirar su propio
cuerpo, el sujeto se hace objeto para un nuevo sujeto al que uno
se muestra para ser mirado por él. Este es el principio de su
satisfacción. Cumplido el trayecto pulsional el circuito se
realiza mediante la introducción del partenaire (Lacan,
1975-76).
Desde
luego no intento dar cuenta de la confección del historial M,
menos aún dibujar su silueta, sino a través del circuito que
atraviesa la historia preguntar: ¿de dónde proviene la
afinidad electiva que determina el lugar de las siluetas
recortadas? M responde con una novela que relata el primer
encuentro de sus padres. El padre vivía en una pensión a la
que arribó un matrimonio con dos hijas luego de una debacle
económica. Hay que agregar la historia del abuelo paterno, un
calavera que había dilapidado su fortuna en viajes y mujeres.
El padre eligió a su mujer a través del ojo de una cerradura.
En efecto, espiaba cuando se bañaba, el cuerpo de aquella mujer
que lo fascina. Comienza a cortejarla hasta que la hace su
esposa.
Digo:
“Su padre no se tomó tanto trabajo, miró bien y dio en el
blanco”.
En
efecto, trabajo era la palabra clave. Mis intervenciones
subrayaban y acentuaban el trabajo o esfuerzo que destinaba a la
acción de hacerse ver, la enunciación era más o menos así:
“cuánto esfuerzo, que manera de trabajar o algún sonido que
denotara el trabajo realizado”.
Esto
regla determinó que la frecuencia de las caminatas fueran
espaciándose. En una oportunidad, frente al malestar y la queja
por no poder dominar este circuito, dice: “al fin y al cabo
soy un pelotudo, tanto trabajo para terminar haciéndome una
paja”. Falta que diga- pensé-: “he tenido la piel del
idiota”.
Por
esta época encuentra a la que nombra la mujer de su vida, como
no podía ser de otro modo, era una compañera de trabajo.
Comienza entre ellos un amor secreto. Las caminatas se vuelven
inútiles porque le confía a ella sus prácticas. Ella no sólo
admite sino que le demanda practicar el juego con las escenas de
sus fantasías incluidas. La pasión se vuelve cada vez más
intensa. Ambos se divorcian de sus respectivos matrimonios y
comienzan a vivir juntos.
Todo
parece concluir en una armonía simétrica a la del comienzo.
Sin embargo hay un resto. La técnica no solo proporciona sino
que anticipa nuestros gustos: ya no camina, navega por Internet.
El soporte técnico de la infidelidad le provee de las siluetas
que no lo ven. Sólo que hasta el momento sin trabajar.
Referências
Bibliográficas
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Texto recebido em: 19/10/2007.
Aprovado
em: 04/01/2008.
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